Anochece, se hace el silencio, ha tardado demasiado en llegar, últimamente suele ocurrir con frecuencia, van siendo cada vez menos los momentos en que las voces se callan y dejan de llegar a tus oídos ruidos raros que un día dijeron algo y que ahora ya no saben qué decir.
No hay nada ni nadie que me moleste, he llegado a un cierto punto en el que aprecio como nunca este tipo de momentos, ese, quizá efímero, instante en el que no hay nada más en el mundo, solo la soledad, tan grata compañía, yo y mis pensamientos.
Sí, ha llegado el momento, al fin, en el que oigo mis propios pensamientos.
Miente quien dice que no le gusta estar solo aunque sea solo unos segundos, miente quien dice que no le gusta ese maravilloso instante en el que te puedes parar a conversar tranquilamente contigo mismo, quien dice que no le gusta cerrar los ojos durante un segundo y dejarse llevar a otro mundo, huir, escapar de éste, dejar de pensar en todo, solo un segundo, no hace falta más, solo un segundo. Incluso miente quien dice que no le gusta discutir con uno mismo todo lo que gira a su alrededor, quizá que la cartera está vacía, quizá convencerse a uno mismo de que se tiene la razón, quizá eso que ha pasado o quizá lo que no ha pasado, quizá ese amor que no termina de arrancar, quizá ese amor al que le restan segundos para su final.
Porque a veces estar solo es bueno, porque a veces se hace necesario, porque a veces solo nos hace falta discutir con nosotros mismos para no terminar discutiendo con quien no se lo merece, porque la soledad es sabia compañera, es buena consejera.
Por eso, hazme un favor, hazlo por mí. Aléjate un instante de todos, deja que la soledad te envuelva, que no entre nada por tus oídos más que el sonido del viento, búscate en tu interior, mira, ahí estás, ahora piensa, reflexiona, sonríe si tienes que sonreír y, por supuesto, llora si tienes que llorar, habla contigo mismo y te darás cuenta de que, a veces, quizá más veces de lo que crees, tú mismo puedes ser tu mejor amigo.