Reflexiones a medianoche I

Tengo la respiración entrecortada, el corazón palpita tan fuerte como si de un momento a otro me fuera a estallar y mis ojos piensan que quizá haya llegado el momento de que caiga alguna lágrima que otra. Tu imagen aparece en mi mente, tu voz resuena en mis oídos y ha llegado un cierto punto en que no sé si quererte u odiarte.

Y me hierve la sangre…

Porque me da rabia pensar que quizá esté cayendo en el olvido, que quizá mis labios ya no choquen con los tuyos, que quizá mire tu rostro y ya no aparezca una sonrisa.

Porque me da rabia la distancia, que no te pueda ver, tocar, oír, que no pueda decirte que sin ti no soy nada. Porque me siento un monigote que no puede hablar hasta que llegue cierto momento y quizá sea eso lo que esté haciendo que caiga en el olvido.

¿Quieres que te diga te quiero? Te lo digo. Te quiero, te amo, te adoro. Te besaría toda la vida, recorrería tu piel con mis caricias hasta hacerte mía, me quedaría acurrucado junto a tu pecho hasta quedarnos dormidos abrazados, estaría contigo siempre solo por escuchar tu respiración.

Contigo. Los dos. Juntos.

Porque desearía que llegara ya cierto día y repetirte una y mil veces que ya nada puede separarnos, y detener el tiempo para que la espera no vuelva a aparecer jamás. Pero el día no llega, el tiempo va en contra, y me daría rabia empezar los te quieros desde aquí, ahora que no puedo verte, ahora que no puedo tocarte, sentirte y besarte.

La barrita parpadeante me pide que escriba más pero ya está, ya me he liberado, ya te he dicho en prosa lo que no me atrevo a decir en palabras. Ya está bien, es la una y tengo ganas de dormir. Dormir… el mundo donde todo se resuelve despertándose, ojala todo fuera igual de sencillo.

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