Hubo un tiempo en que todo eran sonrisas, los labios recorrían su piel como si con ello estuviera curando sus heridas, los dedos acariciaban tenuemente su ombligo como si pudiera transmitirle toda su fuerza, pureza y amor, podía pasarse una tarde entera acurrucado entre sus brazos, solo oyéndola respirar, eso le daba la vida, su aliento era su aire.
Un día todo cambió. Las sonrisas se apagaron y a ella le pareció cansar su amor, le dijo un simple adiós, nada más, como si esa fuera la mejor manera de cerrar todas las miradas que habían dicho te quiero, de silenciar sus labios, como si un simple adiós fuera la mejor manera de no matar un corazón.
Pasó el tiempo. Otros labios, otras miradas a las que mirar, otras pieles a las que acariciar, otros corazones de los que enamorarse.
Aunque ninguno como aquel…
Él lo sabía y… ella también.
Y entonces ocurrió.
Una fría noche de invierno. A pesar del paraguas, las gotas de lluvia salpicaban en su cara. No había nadie en la calle, es lo que tienen los pueblos pequeños, en invierno todos están en sus casas, al calor del fuego, al calor de aquellos que les quieren. Fue entonces cuando la vio. En su misma acera, a veinte metros más adelante. No sabía qué hacía allí, hacía meses que se había marchado. Su cabeza le decía que tenía que agachar la cabeza e ignorarla.
Pero ignoró a su cabeza.
Y ella también.
Aceleraron el paso y cuando ya estaban lo suficientemente cerca apartaron los paraguas y se dieron un beso suave, dulce, eterno. Un beso con el que olvidar lo que había pasado, con el que hacer callar las voces que día a día les recordaban que habían cometido un error.
Ella haberse marchado.
Él dejarla marchar.
Y quizá solo una cosa pudo hacer que el llanto y el dolor se esfumaran de esa manera. Quizá el destino…
Porque si el destino tiene preparado que dos personas estén juntas no se puede hacer nada. Quizá un día se apagará el amor, quizá un día marchen cada uno por su lado, quizá el silencio aparezca en su vida. Pero un día tendrán que volver, simplemente porque lo ha dicho el destino, la llama se encenderá de nuevo, se volverán a encontrar y las miradas y sonrisas volverán a aparecer. Si el destino dice que dos personas tienen que estar juntas, tarde o temprano lo estarán, porque se moverán las fichas, se jugarán las cartas y el amor se encenderá justamente cuando esas dos personas se encuentren.