Me pongo a pensar porque no tengo idea de cómo empezar este relato. Cientos de imágenes y recuerdos flotan en mi cabeza y no sé por dónde empezar para darles forma, algo que tenga sentido y sea tan intenso que sea capaz de conseguir un leve estremecimiento en la persona a la que va dirigido.
Aún recuerdo ese primer día, el día en el que nos conocimos. Yo llegaba tarde a una clase que poco me importaba y ella estaba allí, creo que un poco asustada por ser su primer día en un mundo desconocido. Aquel sería el primer día, la primera hora de otras tantas que llegarían después.
Y es que sin querer, no son pocas las horas que hemos pasado codo con codo, en silencio, discutiendo las palabras exactas a poner en algo en lo que parecía que nos jugábamos la vida o simplemente hablando de cosas mundanas. Y aunque yo era un libro cerrado y mis palabras no querían contar lo que mi alma decía a gritos, ella siempre me leía, ella siempre lo notaba, notaba el mínimo detalle, notaba que estaba mal. Mi respuesta a sus preguntas siempre era “nada”, y aunque yo no lo quisiera contar, sabía que allí había una persona a la que le podía contar cualquier cosa. Y es que ella siempre parecía ir un paso por delante. Admito que siempre que he escuchado sus “estás raro” o “qué te pasa” estaba en lo cierto, estaba raro por cosas, me pasaban cosas, pero no soy yo persona de contar las cosas… Pero a pesar de que mis labios normalmente se quedaban sellados yo sonreía por dentro porque sabía que si en cualquier momento las palabras se decidían a salir, alguien las escucharía.
Su nervio y agobio y mi tranquilidad creo que son un buen contrapunto. Y es que su nervio me hace ver que no todo está ganado, que aún quedas cosas por luchar y por ganar, y mi tranquilidad creo que le tranquiliza a ella aunque solo sea por unos segundos, aunque solo sea que por unos instantes olvide que no todo en la vida es aquello que estamos obligados a hacer, aquello que nos piden hacer, aquello que normalmente nos roba horas de sueño, sino también esos pequeños instantes en los que piensas que la vida está hecha para ser vivida, que no vale la pena estar cabreado por cosas que en realidad no tienen tanta importancia.
Me vienen instantes de mañanas en las que, mientras mis ojos apenas se podían abrir a causa del sueño, se oían sus “buenos días” acompañados de una tenue sonrisa, instantes de las horas echadas enfrente del ordenador, de los apuntes, de la vida… Horas que volaban, porque aunque lo que estábamos haciendo no era lo mejor del mundo, la compañía sí lo era, daba igual que fuera algo importante, en el aire fluían sonrisas y buen rollo, y de esa manera nada se hacía pesado o aburrido, así cualquiera lo haría, a pesar de ciertas cosas que a veces nos hacían bajar la cabeza.
Pasarán estos días, pasarán estos momentos, estos instantes, llegará el día en que las maletas de cada uno estén tan lejos que ni aún gritando se podrían escuchar. Pero siempre quedarán ahí los recuerdos, los recuerdos de lo que dicen, es una de las mejores etapas en la vida de una persona, pues en esos recuerdos, en gran parte de ellos, estará ella. La distancia llegará, los destinos se separarán pero los recuerdos… esos nadie me los podrá quitar.