Oigo a todas horas a mí alrededor una pregunta cuya respuesta guardo bajo llave en lo más hondo del corazón. Voces que resuenan sin parar en mi mente como si fueran fantasmas del pasado, como si llegaran desde otra dimensión, ecos de algún espejismo que algún día fue realidad. Todas ellas diciendo lo mismo…
Quién, quién, quién…
Yo solo me limito a sonreír, sellar los labios y mirar hacia otro lado, ese lado donde las preguntas se quedan sin respuesta, en el que las voces se quedan silenciadas, en el que se acaban agotando de tanta insistencia. Aunque algunas voces no se agotan, siguen y siguen, da igual el lado hacia el que yo mire, ellas siempre están ahí, preguntando…
Quién, quién, quién…
Ay… si supieran que todo tiene una sencilla explicación…
En cualquier cuento de hadas, el príncipe azul, desde su inmenso castillo, no se dedica a enviar a su mensajero con una carta de amor bajo el brazo al castillo donde vive su amada y se queda esperando la respuesta sentado en el trono. No. El príncipe azul recorre la gran distancia que hay entre castillo y castillo, lucha contra todos los monstruos que pueden salir por el camino, está al borde de la muerte un par de veces y llega al castillo de su amada como si nada hubiera pasado, se arrodilla y le declara su amor cara a cara. No es un cobarde, no espera tranquilo a que llegue la respuesta, va él a buscarla.
Por eso, yo, que quiero parecerme a cualquier príncipe azul de cualquier cuento de hadas no esperaré en el trono a que la respuesta de mi princesa venga en el sobre de un mensajero. Cuando llegue el momento saldré con mi caballo, recorreré la gran distancia que hay, lucharé contra mil monstruos y mil peligros y me plantaré en su territorio.
Será entonces cuando la mire a los ojos, le diga te quiero, baje la mirada hacia esos labios que deseo y le de un beso que dure toda la vida.
Será entonces cuando callen las voces, esas que ahora tanto resuenan en mi mente, esas que no paran ni un segundo.
Quién, quién, quién…