Pues… yo no te quiero

Estoy cumpliendo la condena más terrible que un hombre puede cumplir. El juez no me hace cumplir cadena perpetua, ni me ha enviado a la cárcel más peligrosa del mundo. No, estoy en mi casa, tranquilo, a la espera.

El juez es ella y me ha dicho que no.

Me ha dicho que no podremos pasear por los verdes bosques cogidos de la mano, que no podré cantarle canciones al oído, que no podré despertarme a su lado y mirar silenciosamente cómo duerme, que no podremos correr como dos locos enamorados hacia casa porque nos ha pillado la lluvia, que no podremos viajar a lugares como París, Roma o Berlín y besarnos bajo la atenta y fría mirada de la Torre Eiffel, que no podremos mirarnos a los ojos y sonreír porque tenemos a la persona que queremos enfrente, que no podremos hablar de cosas insignificantes hasta que nuestros labios queden sellados por el alma, que no podremos acariciarnos hasta que el amanecer descubra nuestros cuerpos desnudos.

Que no podremos vivir la vida de enamorados que yo deseaba vivir.

Nunca.

Se acabó el sueño.

Y es un sueño que se va, que me rompe el corazón en mil pedazos. Todo lo anterior me lo dijeron unas palabras, unas simples palabras que cada vez que recuerdo me hacen saltar una lágrima, solo una, una lágrima que eres tú yéndote de mi alma.

—Yo… te quiero.

—Pues… yo no te quiero.

Fue un puñal helado. Tantos sueños, tantas esperanzas cerradas por unas
simples palabras.

Quizá no era el momento exacto, quizá no era el momento oportuno o quizá, simplemente, nunca me habría dicho que sí.

Ahora me veo solo, atrapado por la oscuridad, encerrado en una celda que cerraron unas palabras, unas palabras que me dijeron no, unas palabras que me dijeron adiós.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *