Éramos dos jovenzuelos, en una de esas cálidas noches de verano en que no sabes que hacer dos amigos y yo decidimos tomar un poco el aire en una de las plazas del pueblo después de cenar.
Llevábamos poco más de media hora charlando cuando apareció ella, era una chica morena con unos ojos grandes y sombríos con los que parecía que se metía dentro de ti y una amplia y bonita sonrisa que parecía no borrar nunca, acompañaba a sus dos hermanas pequeñas a dar un paseo y se sentaron en un banco, enfrente de nosotros. Me dio sed, no sé por qué se me había puesto la boca tan seca de repente pero tuve que ir rápidamente a la fuente a beber un poco, sin pensárselo, ella se acercó a mí y sin rodeos me preguntó:
-¿Cómo te llamas?
–Víctor ¿Y tú?
–Ana.
–Encantado.
–Bueno…adiós.
Sólo fueron algunas palabras, unas pocas frases, pero desde esa misma noche yo ya sabía que me había enamorado de ella.
Vinieron las fiestas del pueblo en que vivíamos y en cada baile, en cada cena en cada acto en que los dos asistiéramos nuestras miradas se cruzaban, aunque a lo lejos, se podían sentir las llamas que teníamos los dos adentro.
Cada día, después del colegio, a la hora de salir, nos reuníamos en la misma plaza mis amigos, ella y yo, charlábamos y charlábamos pero nunca pudimos estar ni cinco minutos solos, no nos dejaban ni cinco minutos para expresar lo que yo sentía, lo que ella sentía.
Pero el día llegó, fue en el cumpleaños de mi prima, de sorpresa, al entrar en su casa, me topé de frente con ella, no sabía que estaba invitada pero su presencia me animó una fiesta que para mí iba a ser muy aburrida. Pasamos la tarde juntos, charlando, comiendo, bebiendo pero siempre con compañía, no nos dejaban solos. Entonces sonó la última canción del disco que había en el radiocasete y yo, que había ido a por algunos fui a cambiarlos.
–Sandra, voy a cambiar el disco que el que está sonando se está acabando.
–Vale.
Me dirigí a la habitación desde donde la música sonaba, entré y me dispuse a cambiar el disco, detrás de mí se oyeron unos pasos:
-¿Qué haces? -me preguntó con su dulce voz.
–Aquí, a ver si puedo cambiar el disco.
No sé si fue por su presencia pero estaba tan nervioso que no podía abrir el radiocasete.
–Trae, que no sabes.
–A ver ¡la lista! -dije con tono de humor.
Fue sólo un momento, quizá algunos pocos segundos pero sus manos se tocaron con las mías y la llama creció, nos miramos, con una intensidad con la que no nos habíamos mirado nunca. Los dos hicimos una media sonrisa y nuestras manos se apartaron.
–Mira, ya está.
Ese era el momento, debía hacerlo en ese instante, estábamos solos, quizá no tendríamos otra oportunidad.
–Ana…
-¿Qué?
–Mmm…ya ha empezado la canción ¿Vamos donde están los otros?
–Sí…vamos.
Los dos nos miramos con cara de tristeza, sabíamos que aquel era el momento, que alguno de los dos se hubiera tenido que lanzar, pero nadie lo hizo.
Semanas después de aquel cumpleaños, cuando ya estábamos entrando en el verano y en el fin de curso me llegó una pequeña nota durante el patio del colegio: la chica de la que estaba enamorado desde mi niñez me estaba pidiendo salir, sin dudar dije que sí con mi felicidad por las nubes, sin saber muy bien las consecuencias que aquello podía tener.
La vi poco después de haberle dicho que sí a esa chica, en el mismo parque en el que nos habíamos visto durante todo el año y, no sé por qué razón, no pude acercarme a ella, no podía decirle ni una palabra, tal vez era porque la encontraba distante, porque su mirada no se fijaba en mí, no sé por qué pero no pude ¿Se habría enterado? ¿Conocería ya mi relación con la otra chica?
Mi relación se rompió después de poco más de un mes de haberla empezado, duró poco pero el crear esa relación me hizo perder otra que era la que más me hubiera gustado tener, decirle sí a aquella chica me hizo decirle no a la que de verdad estaba enamorado, aunque en ese momento no lo supiera, pensaba que el amor de mi vida era la chica que me había pedido salir pero en realidad el amor de mi vida era la chica que me había conquistado en una cálida noche de verano.
No volví a hablar con ella, ni ella ni yo lo intentamos, en las fiestas de ese año lo pasé mal, sin ella a mi lado aunque la tuviera sólo a unos pocos metros de mí. Ahora, después de seis años de esa maravillosa noche de verano aún la sigo viendo, tan fantástica y bonita como siempre. Yo la miro, ella me mira y no nos decimos ni una palabra. Quisiera saber que pasa por su mente, que siente su corazón después de tantos años, quisiera saber que hubiera pasado si no hubiera desperdiciado esa oportunidad perdida.