Te pierdo,
como un globo de helio que se pierde en el espacio sin poder alcanzarlo, que viaja a la Luna con promesas de tiempos mejores.
Escondo,
los temores que me llevaron a perderte, que en el camino se difuminan hasta que ni yo mismo quiero saber cuáles son.
Intento,
callar mil voces que gritan impacientes, que me acosan, que me matan, que me duelen, que lanzo al vacío y vuelven rebotadas porque son eco perdido.
Olvido,
que ya no estás, que volaste, que perdiste y que ganaste, que te rompiste y que al romperte el que se deshizo en mil piezas solo fui yo.
Pero recuerdo,
los instantes, los momentos, los días que decidimos perdernos, la marea sobre nosotros, las risas sin saberlo.
Nunca sabemos si una despedida es de verdad, si el último adiós es el último, si la última vez en que hacemos una caricia, mandamos una sonrisa o contemplamos la cara de un amor es, ciertamente, algo que no se va a producir nunca más.
Si lo supiéramos no perderíamos, no esconderíamos, no intentaríamos, no olvidaríamos, no recordaríamos.
Simplemente haríamos.
Mirar a la otra persona y sonreírle, acallar sus palabras con un beso, acariciar su pelo, jugar con su ombligo, mirarle a los ojos y quizá decir un te quiero…
Jugar a que no hay mañana y que el mejor instante es este, ahora.
Porque quizá, algún día, el mañana de verdad no exista y no pueda ni siquiera perderte…
ni siquiera esconderme…
ni siquiera intentarlo…
ni siquiera olvidarte…
ni siquiera recordarte…