Dos miradas, dos sonrisas, un encuentro, y sin saberlo, el inicio de algo que les costaría mucho olvidar.
Seguramente pensaban que serían simples compañeras de piso, solo eso, que las sonrisas solo saldrían por tonterías, que las miradas sinceras vendrían porque había una verdad por compartir, que solo habría peleas cuando alguna de las dos no fregara los platos o no barriera la casa.
Pero empezaron los juegos, las tontas carantoñas, los abrazos «de mentira», las miradas sinceras sin que hubiera ninguna verdad que contar, las sonrisas que salían simplemente porque ella estaba cerca, el imaginarla todo el día como un sueño, el corazón latiendo deprisa cuando la oía respirar.
El primer «duerme conmigo»…
La primera noche que se oían respirar mientras una luna cotilla las miraba…
El primer beso de alguien que nunca había besado a una mujer… Ella, solo ella, había podido hacer cambiar sus sentimientos.
Y entonces llegaron los instantes, esos besos que parecían no tener fin, esas caricias que lo hacían parar todo para que por los sentidos solo entrara el suave tacto de las manos, las noches en las que, abrazadas, describían sentimientos y callaban para que fuera su corazón quien hablara, las miradas que hacían brotar una sonrisa en sus labios porque se daban cuenta de que se habían leído el pensamiento.
Y ese no era otro que un te quiero, una palabra de amor, un sentimiento indescriptible.
Aunque no todo eran sentimientos, sin quererlo también llegaban los gritos, discusiones por algo que quizá no tenía importancia, las lágrimas porque ninguna quería pedir perdón, las miradas que se huían para evitar quererse durante unos segundos, los silencios eternos que no hacían más que empeorar la situación. A pesar de todo, una simple mirada les recordaba que se querían, luego una caricia que suplicaba perdón por los minutos durante los que no se habían dicho te quiero, por último un beso y un abrazo con el que callaban las voces que decían que quizá no era una buena idea.
Y todo en silencio, sin que nadie o casi nadie lo supiera, quizá solo era un problema, aunque quizá era el problema. No poder disfrutar de alguien por quien darías la vida, no poder darse un beso en público porque una de ellas no lo sentía como suya. Siempre evitando las caricias, siempre evitando cruzarse una mirada por si podía parecer demasiado sincera, siempre diciendo que ella no era el amor de su vida, ni siquiera el amor.
Y llegó un punto en que los segundos estaban más atrapados entre los gritos que entre los te quieros, en que los silencios no servían para leer los pensamientos sino para enfriar la situación, en que las sonrisas estaban contadas y la luna cotilla solo observaba cómo un único «buenas noches» salía de sus labios. Aunque siempre volvían a mirarse y quererse, siempre volvían a encauzar la situación, siempre parecía que el amor estaba por encima de cualquier tontería que hubiera entre ellas.
El fin tardó en aparecer pero apareció, un simple adiós que parecía ser una discusión más, algo que se podría arreglar, porque ese amor parecía algo que no se iba a romper jamás. Pero parecía que de nada servían los ratos en el sofá compartiendo algo más que sentimientos, los buenos momentos en los que una sonrisa habitaba siempre en sus labios, los besos que sabían a caramelo, las miradas con las que no hacían falta las palabras, los roces que ponían el vello de punta, emocionado por el dulzor de sus manos, esas noches pensando en que al otro lado de la cama estaba esa persona que cerraba el círculo de sus vidas, esa persona eterna que nunca se iría.
Hay cosas eternas, hay sentimientos eternos pero este no era uno de ellos, y solo estaba ahí la discusión como la más tonta de las excusas, «discutimos demasiado, es lo mejor». A una le parecía demasiado, a otra lo justo, a una le parecía la gota que tenía que colmar el vaso, a otra lo normal que tenía que pasar en una relación. Quizá el problema no estaba en si discutían o no discutían, el problema estaba en si querían o querían, en si amaban.
Vino el llanto, vinieron los momentos en los que el amor no era más que una piedra que Dios había lanzado por el camino, los momentos en que se quería explicar lo inexplicable, los momentos en que la quería odiar pero no podía porque la quería demasiado, los momentos en que no se podía dejar de gritar porque era la mejor manera de desahogarse, y cagarse en el amor, en los sentimientos y en todo aquello que se había metido en su camino, en todo aquello que no hace más que joder.
Ya solo queda olvidar, pensar que esa fue una piedra en el camino pero que queda todo un camino por recorrer, pensar que ese camino está lleno de flores y que quizá una de ellas huela tan bien que lo mejor que se puede hacer es quedarse sentada en el camino toda la vida contemplándola, pensar que la vida no la hacen los malos momentos ni los recuerdos olvidables, la vida gira entorno a todo aquello que nos hace vivir, los buenos momentos, las risas, la buena gente que te acompañará en todo momento, los sueños, el detalle más pequeño que te haga sacar la mayor de las sonrisas, pensar que cada día es distinto, que cada día sale un nuevo Sol.