Miro hacia una ventana en la que aparece el mar en la lejanía saludándome, melancólica. No tardará en amanecer y ahora que el mundo empieza a despertarse me doy cuenta de que yo aún no me he dormido. Los pensamientos vuelan en mi cabeza y no me dejan transportarme hacia ese mundo en el que casi todo se olvida al que algunos llaman sueño, o pesadilla dependiendo de la ocasión.
Aún están en mi cabeza las palabras que resoplaron en tus labios, palabras de victoria, de sonrisas, risueñas, de cariño… Palabras que me decían que una vez más yo había caído en ese saco llamado desamor, el saco del que ya tantas veces había intentado salir, el saco en el que te empeñas siempre que yo esté en lo más hondo, allí junto a la basura más nauseabunda, junto a todo lo olvidado y que está por olvidar.
Una vez más mis pasos no han llegado a ningún sitio, da igual que pensara que iban en buen camino, que eran seguros, que tarde o temprano, de una manera u otra, llegaría a abrir ese corazoncito que ya empiezo a pintar de color negro. Una vez más alguien ha empezado a correr después que yo y ha llegado antes a la meta, una vez más alguien ha encontrado la llave que yo no sabía ni por dónde empezar a buscar. Una vez más tengo que mirar a alguien como se mira el infierno porque ha encontrado el tesoro más grande que podrá encontrar jamás.
Una vez más soy yo el infierno, el lugar al que nada ni nadie quiere ir.
Parece que de nada sirven las noches describiendo sentimientos, los roces con los que yo me estremecía, las sonrisas que parecían decir te quiero, los silencios en los que compartíamos miradas a las que yo les daba sentido, las palabras con las que intentaba decir te quiero en otro idioma, idioma que lamentablemente se ve que no entendías. Ya da igual porque parece que no toqué la tecla, esa que está escondida entre millones y que solo saben tocar ciertas personas, desde luego no soy una de ellas.
No. Tuvo que ser así, tuvo que venir alguien calzado con botas de cuatro anillas y que llegara a la meta con un par de pasos bien dados, casi tan rápidos que no puedes darte cuenta de cómo ha sucedido, casi tan rápidos que te da asco mirar cómo lo hace, como consigue ganar tan rápido una batalla que tú llevas tiempo luchando. Se ve que sus armas eran mejores que las mías o que simplemente el contrario ya se había cansado de luchar y él llegó en el momento justo.
Aunque ya dan igual las razones, ya dan igual los métodos, lo único que sé es que vuelvo a verlo todo desde el vacío, desde la oscuridad, esa de la que me cuesta tanto salir. Ya solo me queda mirar el amanecer y ese mar que tengo tan cerca, esas olas con las que comparto tantas cosas, porque ellas son como yo, cuando parece que ya tocan tierra vuelven hacia atrás, porque siempre hay otra que les gana, pasa por encima de ellas y consigue besar la tierra que tanto desea.