El último adiós

Existen días que merece la pena ser olvidados, días en los que pasas sin pena ni gloria por el mundo. También días en los que haces algo interesante, días divertidos, días inolvidables.

Aquel día no era ninguno de esos, ni bueno ni malo. Aquel día era, simplemente, uno de aquellos que no quieres que llegue nunca.

Marc y Daniela lo esperaban. Durante años habían pensado en ese día como algo lejano, algo que nunca llegaría o, simplemente, pensaban: «ya llegará, queda demasiado para pensar en ello». En parte tenían razón, pues a veces es mejor no pensar en los problemas hasta que llegan.

Pero así, tan de repente…

Aquel era el último día en que se verían. Nunca más, habían pensado demasiadas veces los días anteriores. Nunca más…

Habían pensado tantas veces porque los dos contaban los segundos que faltaban, un segundo más era un segundo menos, un segundo más era una oportunidad menos para expresar aquello que les había unido, y era tanto… dos corazones latiendo, dos miradas que se habían cruzado miles de veces, roces que a veces expresaban más que palabras, el sentimiento de que nunca debería haber una barrera entre ellos.

Pero las había. Mil sinsentidos, mil errores cometidos, silencios, demasiados…

Aquel día, a esa hora, justo en ese mismo instante, se miraron sabiendo que no lo volverían a hacer jamás.

Y ese sentimiento les ardía por dentro.

Como si una fuerza los atrajera, los dos se acercaron. Se miraban con media sonrisa en los labios, no porque estuvieran felices, sino por el efecto de estar cerca de la otra persona, ese efecto que hace volar mariposas. Una vez estaban enfrente, se frenaron, dejando un espacio entre ellos, un espacio que parecía simbolizar la distancia insalvable que había entre ellos.

Y es que, probablemente, ya sería demasiado tarde.

-Bueno, supongo que este día tenía que llegar -dijo Marc.

Daniela lo miró fijamente a los ojos. En ese momento solo deseaba abrazarlo pero… no veía el momento.

-Sí, parece mentira que haya pasado tan rápido todo este tiempo -respondió ella, simplemente.

Marc miró al suelo, intentado  encontrar respuestas que probablemente ya conocía, solo que…

-Vendrás a visitarme algún día, ¿no? -dijo él.

-Bueno, ¿y tú? ¿Vendrás a visitarme?

¿Él? Si fuera por él la visitaría todos los días, y le haría el amor a cada instante, y le susurraría tonterías al oído, y, y, y…

-Claro que te iré a visitar. Y espero que me recibas con una bola de helado de chocolate bien grande, ya sabes que me encantan.

-Lo prometo.

Los dos se miraron, los dos se dieron cuenta en aquel momento de que ahí se acababa el viaje, que acababan de llegar a un cruce, que cada uno tomaría distintos caminos, que, a pesar de la promesa, aquel era el último adiós.

-Bueno pues, adiós… -dijo Marc.

-Adiós… -dijo Daniela.

Se giraron sobre si mismos, dándose la espalda, y cada uno tomó su camino. Ni un beso en la mejilla, ni un triste abrazo, solo palabras que habían salido de sus bocas de forma automática, como si fuesen robots, un adiós dicho sin sentirlo.

Los dos tuvieron el mismo sentimiento, ¿qué habían hecho todo este tiempo? ¿cómo habían aprovechado el tiempo? No se supieron contestar a si mismos, y nunca sabrían las respuestas.

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