Vivimos en un mundo en el que no hacer lo que hace el resto de los mortales puede salirte caro. Te señalan, se burlan de ti, te miran con desprecio, se alejan como si tuvieras un virus maligno que se contagia al más mínimo contacto. Y a pesar de que intentas volver al rebaño, ya es demasiado tarde, les has fallado, no les sirves, no eres como ellos, y nunca lo serás.
Vivimos en un mundo en el que decir verdades se ha convertido en algo perjudicial. Te miran con mala cara, salen palabras necias que siempre habían estado ahí pero que con el dolor ven la luz, se preguntan por qué y tú les respondes por qué no. Ellos no lo entienden, les has fallado de nuevo, les has disparado por la espalda. Tú te extrañas porque precisamente por la espalda no has hecho nada. Y se alejan, y la niebla aparece.
Vivimos en un mundo en el que querer estar solo se convierte en un signo de antisocialidad. Sus cabezas prefieren tener siempre a alguien aunque su alma esté pidiendo a gritos espacio. Tú no lo entiendes, y es que al alma y al corazón hay que hacerles siempre caso, porque a veces es mejor gritar en silencio. Te vas a quedar solo, dicen. Quizá sea eso lo que quieres, aunque ellos lo dicen con desprecio, no entenderán nunca lo que la palabra «solo» significa.
Vivimos en un mundo en el que todos piensan en el que dirán, como si hubiera mil espadas preparadas para injertarse en nuestro cuerpo, como si estuviésemos en una habitación de dos metros cuadrados. Nadie puede moverse como quiera, cuando quiera, se acaba el aire, si lo haces estás perdido.
Vivimos en un mundo en el que ser diferente te mata.
Vivimos en un mundo en el que ser único es lo peor que te puede pasar.
Seguir al rebaño, sonreír cuando no te apetece, decir que sí a todo, decir que no a nada, querer a quién no quieres querer, no poder decir «te quiero» a gritos, estar con quien no quieres estar, no poder estar con alguien por quien darías la vida.
Y cada vez son menos, cada vez van callando más, cada vez se ocultan más ante la posibilidad de una muerte segura, cada vez son más aquellos que viven bajo la apariencia de alguien que no quieren ser.
¿Es eso justo?
¿Es eso bueno para el mundo?
Probablemente no, pero cada vez la gente «bala» más y sigue aquello que mueve al mundo.
Yo, mientras tanto, prefiero no mover el mundo sino moverme a mí mismo. Y es que hay gente que no merece que mueva su mundo por ella, así que… Seguiré a mis cosas…
¡¡Así es!! Todos debemos seguir el camino ya marcado… rebaño de borregos…
Pero los que seguimos a contracorriente vivimos la vida de verdad. ¿Qué mejor recompensa que esa?.
Me ha encantado el blog 🙂
¡¡Saludos!!
¡Vivimos la vida que de verdad queremos vivir!
Gracias, saludos!