Algún día seremos dos extraños que se miran como si no se hubiesen conocido nunca.
Olvidaremos todo ese juego de risas y bailes en el que un día nos perdimos.
Quizá sin más compañía que un manto de arrugas y una Luna a la que contarle mil secretos.
Será triste, trágico más bien.
Contemplar un cuerpo que un día viste desnudo y no querer reconocer que en él encontraste el quinto cielo y que juntos fuimos la octava maravilla del mundo. Bueno, tal vez exagere, solo las mariposas de mi estómago podrán decirte algo parecido. Te dirán que volaron tan alto que no encontraban límites. Me hacían daño y cosquillas a la vez. Eras tú.
Acariciar el recuerdo y darte cuenta de que solo es eso, un recuerdo que ya ni sabes si fue verdad, y que te salga una lágrima que habla de tiempos mejores a los que desearías volver. Imposible, el pasado no vuelve y de él solo nos quedan fragmentos que se pierden en el tiempo.
Vaya putada que lo nuestro no fuera eterno. O joder… aunque solo fuera un instante, aquel beso que nos dimos cuando llovía a mares, o aquella tarde bajo aquel ciprés que nos cobijaba… Tú, joder, solo te pido a ti.
Ojalá cada estrella fuese un instante, un recuerdo que pudiésemos recuperar. Que solo hiciese falta alargar la mano para alcanzarla con la punta de los dedos, y darle al play como si fuese una película, la de nuestra vida.
Algún día solo seremos dos tristes viejos que ya no saben ni su nombre, y aunque ahora pensemos que nos recordaremos toda la vida, quizá llegue el momento en que no sepamos ni siquiera que la otra persona existe.
Lo odio. Odio el olvido y la distancia. Odio lo que algún día pasará.
Solo queda hacer la promesa de que en mi mente siempre permanecerá tu rostro, y el mío en la tuya. Prometernos que nos recordaremos como algo bonito e imposible de olvidar, como algo que ningún otro ser humano es capaz de vivir.
Prometerlo, y rezar porque el tiempo no haga el olvido.