Siento algo dentro de mí, es un sentimiento, algo que fluye por cada milímetro de mis venas, algo que no me está dejando pensar con claridad, algo que ha hecho que se pare el tiempo por un instante, unos segundos, uno, dos, tres…
De repente vuelvo a la realidad, miro a mi alrededor y siento que una figura posa sus ojos en mí, la miro, las miradas se cruzan en el aire y me estremezco, es entonces cuando me noto algo en el pecho y me doy cuenta de qué era lo que me había pasado antes, era mi corazón, latiendo como nunca, y solo había una razón: ella.
Cierro los ojos e intento no mirarla, hacer algo para que mi cabeza domine por unos instantes a ese maldito corazón que no deja de latir, porque sé que no me quiere, porque sé que sus miradas son una ilusión, porque sé que sus sonrisas no tienen valor, porque sé que es imposible.
Pero entonces algo vuelve a pasar, es mi pecho, mi corazón no ha dejado de latir, cada vez con más fuerza, con tanta intensidad que hasta me duele, me pongo la mano en el pecho y siento como una vez más alguien ha ganado la batalla, una vez más el corazón le ha ganado la batalla a la razón.
Y no debería sorprenderme porque sé, que pase lo que pase, la razón, en asuntos del amor, no tiene ningún papel, da igual que intente callar las voces que brotan de mi interior, da igual que intente reprimir el impulso que tengo de besarla toda la vida.
Todo da igual.
Porque el corazón tiene un poder insuperable, da igual lo poderosa que sea la razón pues ésta siempre se verá superada por el maldito que no quiere dejar de latir. No podrás no quererla, no podrás no querer rozar su piel, no podrás no querer mirarla un segundo. No podrás hacer nada de esto mientras queden aún algunas brasas del amor, porque simplemente, el corazón no te dejará que la olvides.