Nada, nadie…

A veces siento que soy invisible, un simple fantasma al que no se le oye cómo arrastra sus cadenas, un ligero soplo de aire que no tiene la suficiente fuerza para hacer que algo vuele.

A veces siento que soy nada, como un grano de arena entre los miles de millones que puede haber en el desierto, como una nube que pasa indiferente sobre nuestras cabezas, como un escritor que camina como alma en pena pensando en todas esas veces que no ha recibido respuesta, como una de tantas estrellas que vemos al mirar hacia arriba que piensa que para nosotros solo es una más.

A veces me doy cuenta de que no soy especial, que la vida me ha dado un papel secundario en su obra, que no soy más que el solitario árbol que siempre sale en las funciones de navidad. Nada que decir, nada que enseñar, nada que pueda ser recordado por la mente de alguien algún día.

Y decir «a veces», es lo mismo que decir «cuando estoy contigo».

Porque no sabes lo que me pesa tenerte a mílimetros de mí y que me mires como si fuera transparente, porque no sabes lo que me pesa éscuchar tu tenue respiración, el palpitar de tu corazón, y darme cuenta de que tú no te das cuenta, porque no sabes lo que me pesa mirarte a los ojos y ver que esos ojos miran a otro.

Porque no sabes lo que me pesa casi rozarte y que ni siquiera repares en mí, que te mande mil indirectas y que te salgan igual que entran, no sabes lo que me pesa sentir que el tiempo se va agotando poco a poco y que algún día nada de todo esto servirá.

A la fuerza te olvidaré, a la fuerza sonreiré pero siempre quedará ahí la mancha negra de lo que pudo haber sido y no fue. Siempre quedará ahí el sentimiento de que para ti fui igual de importante que la piedra más insignificante que se cruza en tu camino.

Y no sabes lo que me pesa ser para ti nada, nadie…

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