Mil hormigas bailan en mi estómago mientras yo miro al vacío buscando respuestas. Los demonios entran en mi cabeza gritándome que las tengo, que soy un estúpido por no ir a buscarlas, por no ver la realidad o por no hacer algo que la cambie. En verdad no es difícil, la realidad solo es un punto minúsculo del tiempo que puede hacer que tu vida vaya por un camino o por otro.
Decir te quiero y sonreír, obviarlo para siempre y pasarme toda la vida queriendo olvidar, seguir en un desierto que no me lleva a ninguna parte, un desierto que a cada día que pase se puede hacer más y más grande. Sé que los demonios tienen razón pero siempre sigue la maldita duda que no se va, haga lo que haga, diga lo que diga, piense lo que piense, la duda que solo tengo yo, que solo yo puedo hacer desaparecer.
El frío recorre mi cuerpo al mirarme al espejo, me estremezco una vez más, recuerdo que me dijo que no se rompería al hacerlo, que mi imagen seguiría ahí, inamovible, pero algo me grita desde el interior, algo me dice que de repente puedo escuchar un crujido y que se rompa en mil pedazos, ver lágrimas deslizándose hacia ninguna parte.
Pero no, no puede ser, el espejo no se romperá, la imagen permanecerá ahí. ¡Demonios, venid a mí! ¡Volvedme a decir que soy un estúpido por no ir a buscar las respuestas! ¡Volvedme a convencer de que no estoy equivocado! Porque el desierto se está haciendo demasiado largo, quizá el más largo que he recorrido jamás y ya no puedo más. Necesito agua, necesito descansar de este eterno letargo en el que esto se está convirtiendo, necesito vivir de una puta vez la vida con una sonrisa.
Y abrazarla, y mirar sus ojos de cerca, y morder sus labios, y por fin verla sonreír.