Veranos de sal

Piso las aceras testigos de nuestros silencios.
Las calles que escucharon ese primer abrazo.
Espera, lo revivo, lo siento.
Aguarda, te alcanzo, miento.
Ya no estás aquí.
Recuerdo el punto exacto en que te hablé por primera vez, el olor de la calle que me había visto crecer.
Verano de niños, de eternas vacaciones y granizado de limón, de orquestas que acompaño a plena voz, de agua salada y brisa refrescante.
Verano de niños siendo adultos, como si fuese la primera vez que sentimos el mar, así sentí tu aliento cuando rocé tu cara en ese primer beso.
Tantas primeras veces que, sin saberlo, eran las últimas.
Las últimas palabras.
La última sonrisa.
El último beso.
Luego septiembres.
Luego borrachos de orquesta que ya no entonan las notas.
Luego granizados que sólo saben a hielo.
Luego adultos que ya no se conocen.
Silencio. Pienso. Tiemblo. Ya no me conozco.
Pero quizá…
Quizá dejar de ser adultos.
Quizá olvidar los inviernos.
Quizá volver a pisar la arena de la mar.
Quizá pensar que la lluvia es confeti y los olvidos recuerdos, que en las calles hace calor y somos nosotros los borrachos de orquesta.
Esos que siempre bailan a pesar del que dirán.
Esos que son felices a pesar del qué dirán.

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