—Raúl, ¿me oyes? —le preguntó Marcos impaciente.
Hasta ese instante, Raúl había estado en otro mundo. Quizá volando mientras sonreía a la Luna, quizá en una playa de aguas cristalinas con la única preocupación de cuándo dar el siguiente beso o quizá, simplemente mirándola al mismo tiempo que escuchaba su respirar, el suyo, el de ella, siempre ella, Laura.
— ¿Qué me has dicho?
—Que si subo contigo en el coche. Por Dios, ¿Dónde andas?
En las estrellas, quiso responder.
—Claro, claro, vienes conmigo, las chicas irán con Pablo.
Todos subieron a los coches y se fueron hacia la casa de Alba.
Allí, bocadillos para cenar, unos cuantos litros de cerveza y una botella del peor vodka que pudiera existir, era suficiente para pasarlo bien. Las risas volaban, anécdotas de esto o de aquello que hacían que todos sintiesen nostalgia por tiempos pasados, silencios incómodos que se rellenaban con miradas al vacío y lo más importante, la sensación de estar donde les gustaba estar.
Raúl conseguía estar en todas, incluso en sí mismo, en ella. Era capaz de seguir una conversación mientras su pensamiento estaba en otra parte, en su piel, en sus ojos oscuros, en sus labios. Deseaba acariciarla, que sus dedos recorriesen milímetro a milímetro todo su cuerpo, que ella cerrara los ojos y lo sintiera, que después de eso solo quedara la vida y dos personas que se quieren, que el amanecer los descubriera desnudos, que los suspiros fuesen su piel. La quería y sentía que el tiempo a su lado iba demasiado deprisa, casi no le daba tiempo a sentirla, veía pasar los segundos como si fuesen el último.
Y es que quizá fuera así porque… ella tenía otros labios a los que besar.
Laura tenía novio y Raúl arrastraba esa losa sin poder ofrecer resistencia, pues su novio y él eran amigos de toda la vida. Solo le quedaba soñar y quizá esperar, que el tiempo hiciera su trabajo, quizá que Laura se diera cuenta de que él era lo que realmente necesitaba.
Poco después de la medianoche salieron de aquella casa dispuestos a ir a un concierto. La misma distribución en los coches, aunque Raúl no deseaba otra cosa que cambiar a Marcos por Laura y llevársela hasta el último rincón del mundo, solos ella y él.
En cinco minutos llegaron al destino. Aparcaron y todo el grupo se dirigió hacia el concierto. Pero a alguien no le era ajeno todo lo que estaba pasando. Celia, una amiga de Laura que estaba allí de vacaciones, cogió a Raúl por banda e hizo que se retrasaran un poco respecto del grupo, sus intenciones eran claras…
— ¿Se puede saber qué te pasa con Laura?
Raúl tragó saliva.
— ¿Cómo dices?
—Mira, no seré de aquí pero no soy tonta. Me he fijado en cómo la tratas, cómo le hablas, cómo la miras… Raúl, sé que te gusta.
—Oye, no sé qué habrás visto pero a mí no me gusta.
—Raúl, cuidado con lo que haces, tiene novio, sabes que es imposible, yo entiendo que es guapa, que te pueda gustar pero no… no…
— ¿No qué? ¿No me has oído? No me gusta y ya está.
Raúl empezó a andar un poco más rápido, quería evitarla, huir de ella, aunque Celia lo cogió por el brazo y lo hizo frenar en seco, se quedaron cara a cara.
—Raúl, mírame a los ojos y dime que no te gusta.
Se quedaron así, mirándose a los ojos. Raúl quería explotar, decirle que la quería, que deseaba irse con ella al fin del mundo, que simplemente quería tocar con ella las estrellas, besarla dulcemente, hacerle el amor un millón de veces seguidas. Pero no podía, no conseguiría nada, solo hacerle daño a Laura, romper su amistad, dañarse a sí mismo…
—No, Celia, Laura no me gusta, punto final.
Celia, ahora sí, pareció satisfecha y siguió su camino para alcanzar a los demás, mientras, Raúl, se quedó parado unos segundos. Miró hacia lo lejos, a Laura, y luego al vacío. La quería más que a nada. ¿Tan difícil era? ¿Tan difícil era ser feliz? En ese momento solo quería gritar de rabia, soltar todo, dar cuatro puñetazos al aire o a algo, o así mismo. En ese momento, más que nunca, se daba cuenta de que cada vez que la miraba, cada vez que se imaginaba con ella haciendo algo prohibido, simplemente estaba soñando…
Soñando sueños imposibles.