Fue anoche, de madrugada, él iba tranquilamente conduciendo su coche en dirección a su hogar después de un duro día de trabajo, tenía ganas de llegar, de ver a sus hijos, de abrazar a su mujer, las dos cosas que a él más le gustaba hacer. Pero no llegó, mientras él iba con cuidado, a poca velocidad, atento para no descuidarse, se vio de repente el otro vehículo enfrente. No tuvo tiempo para reaccionar, el otro coche iba a una velocidad endiablada y su vehículo quedó destrozado, a él lo encontraron en medio de aquel amasijo de hierros, con un cristal clavado en el pecho. Poco después se supo que el otro conductor cuadruplicaba el límite del nivel de alcoholemia permitido y también se supo que sólo había sufrido algunas contusiones.
Todo fue por culpa de alguien que a lo mejor quería jugar a las carreras o que no se daba cuenta de que ya había bebido bastante, todo fue culpa de alguien que a lo mejor no se daba cuenta de que no estaba jugando con su vida sino con la del resto de vidas que iban por la carretera. Alguien que no podrá quitarse el peso de encima de la vida que se llevó por delante, de las vidas que se arruinaron en ese instante.
Se ha ido, quizá no era su hora, quizá no lo merecía, quizá no ha sido de la mejor manera pero ahora ya no hay nada que hacer. Siempre quedará su olor, su cariño, su sonrisa, siempre quedará él mismo, que ayer se fue pero su recuerdo quedará en todos nosotros aunque él no tuviera la culpa de morir en esas circunstancias.