La luna esperó paciente para ver desde lo alto el preciso instante en que tú y yo acercáramos nuestros rostros, nos pusiéramos a dos milímetros uno del otro en un completo silencio, solo mirándonos a los ojos, y nos diéramos el beso eterno que tanto tiempo llevaba esperando ver.
Pero la luna se cansó, miraba y miraba y no pasaba nada, se quedaba largas noches en vela esperando en el cielo a que tú y yo nos decidiéramos a seguir la línea que quizá el destino nos había marcado, miró entristecida nuestros rostros y supo que nunca llegaría ese instante, ese que tanto había deseado observar, supo que esa llama tan viva que un día habíamos encendido entre los dos se iba apagando lentamente, como algo que no tiene la suficiente fuerza para sobrevivir y, aunque se resiste, al final no tiene más remedio que desaparecer.
Miradas, sonrisas, gestos, roces, silencios, palabras… algo que se acaba…
Besos, observar los secretos, contemplar lo que se ha imaginado tantas veces, hacer lo que ya has hecho en sueños… algo que no llega…
Y todo acaba… el amor se apaga, quizá se marcha a otra parte, quizá ha comprendido que ya no tiene sentido quedarse aquí, quizá ha entendido que si las cosas no han pasado ya no van a pasar, quizá se ha dado cuenta que es inútil luchar en una batalla que ni el mejor de los caballeros podría ganar.
Se apaga sin haberse encendido, algo extraño, era como algo cargado de una inmensa energía a lo que solo hacía falta darle al interruptor, el empuje necesario. Pero incluso hasta la energía se cansa de esperar, ya no podía quedarse sentada un segundo más, necesitaba escapar.
Ahora la luna me mira y no sé que decirle, me pregunta cuántas llamas tengo que encender para no tener frío, me pregunta cuántas noches tendrá que quedarse esperando hasta que dos labios se rocen hasta dejarse sin alma, me pregunta cuántas llamas quedan por apagar.
Y yo, que no sé ni más ni menos que ella, la miro y sonrío en silencio.
No lo sé, luna, no lo sé…