Allí donde nunca empiezan las mañanas, donde ya no se recuerda al olvido, un poco más allá de la línea que separa el mundo de los mortales con el de los sueños, allí donde nadie, o quizá solo algún iluso, ha estado, allí quisiera estar yo.
Rodearme de la nada, que mire a donde mire no haya nada y todo a la vez. Quizá, que mire a donde mire, solo encuentre esas cosas que quiero encontrar, aquellas que no me estorban, aquellas que quiero que estén conmigo. Elegir un sonido, un color, un paisaje, un olor… incluso alguien con quien compartir ese momento, alguien con quien pasarse la vida en silencio y no sentirse incómodo, alguien a quien mirar y pensar al instante: sí, contigo quiero estar siempre.
Allí donde nadie me pueda obligar a hacer algo insignificante, que no va a tener valor en mi vida. Allí donde no tengo que compartir espacio con personas que no merecen mi atención, donde no tenga que sentirme incómodo ante alguna situación, donde pueda mantener una sonrisa y que nadie tenga tanto poder o tanta fuerza como para apagármela.
Quizá un lugar donde pueda volar sin miedo a caerme, o soñar sin miedo a despertar, quizá correr una maratón sin temor a cansarme, o querer a alguien sabiendo que ese alguien va a cerrar los ojos…
Y sentir que soy fuerte…
Sentir que estoy vivo…
Sentir que hay mil caminos y yo escojo por cual echar a correr…
Sentir que una sonrisa y una lágrima, a pesar de ser polos opuestos, tienen el mismo efecto en mí: hacerme mejor.
Miro un vacío relleno de aquellas cosas que más me importan y me doy cuenta de que tengo el poder de llegar allí donde solo unos pocos ilusos han conseguido llegar, allí donde no hay nada y hay todo a la vez. Solo tengo que empeñarme en ignorar la oscuridad y huir hacia la luz.
Aunque quizá ya esté en la luz y simplemente me empeño en mirar hacia atrás, hacia una oscuridad que nunca me volverá a alcanzar.