Noche en ningún lugar

Escucho mil voces, dedos que me señalan acusándome, sentencias que me llevan a una cuerda floja de la que no me dejan escapar, ando balanceándome, y me empujan, y me soplan con vientos venidos de quién sabe dónde, intento no caer pero es imposible, y las voces ríen, y las voces lloran de placer.

Grito mientras caigo, pero mi voz se pierde en el vacío, solo me escucho yo mismo, aunque a veces es lo único que necesito, porque nadie puede entender mi caída, ni mis versos que algún día caerán en el olvido, grito en silencio porque por más que gritase, por más pulmones que gastase nadie escucharía lo que digo, nadie entendería mis palabras.

No entienden o no quieren entender, se esconden tras verdades que no creen ni ellos mismos, tras mentiras a las que intentan aferrarse con los ojos cerrados. No quieren entender que tal vez quiera gritar en silencio, que tal vez me quiera encoger hasta tal punto que nadie me vea, y poder observar sin ser observado, sin ser juzgado por esos dedos que apuntan, acusadores, sobre un corazón del que nunca han sabido nada, por esos dedos que miran pero no ven, que oyen pero no escuchan. Malditos…

Porque a veces es bueno quedarte en silencio y mirar a tu alrededor, taparte los oídos y comprobar cómo este mundo es tan veloz, a veces simplemente tienes que parar un instante para que se ralentice y mirar las cosas desde todas las perspectivas posibles. Caminar con unos auriculares invisibles, escuchar una música que solo suena en tu cabeza y olvidar, olvidarte del resto del mundo.

A veces lo último que necesitas es andar sobre la cuerda floja, a veces lo único que necesitas es quedarte asolas al borde del precipicio mirando a un vacío lleno de cosas, sí, lleno de historias, de pensamientos, de vidas que te quedan por jugar, dibujar sombras en el aire, y pintarlas en el infinito, que sean ellas las que te escuchen, dibujarte a ti mismo, quizá.

Y danzar al ritmo de viento, sin presiones, sin que te empujen, sin que te obliguen a echar a andar, sin dedos acusadores, ser como una bolsa de plástico mecida por la corriente, que no sabe dónde va, que busca mil y un planetas, o estrellas, o noches, que se busca y encuentra a sí misma.

Que no haya nadie a tu alrededor que decida por ti a qué cartas tienes que jugar.

Simplemente cerrar los ojos y sonreír porque te sientes tranquilo, porque no sientes a nadie detrás de ti, porque ya no hay voces que resoplan en tu nuca, susurrándote lo que no necesitas oír.

Porque a veces, la única persona a la que necesitas a tu lado es a ti mismo.

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