El día que llamó al timbre de mi casa, se echó a mis brazos y mientras lloraba a lágrima tendida me dijo “me han dicho mis padres que nos vamos de la ciudad” se me cayó el alma a los pies. Se llamaba Gema, tenía el pelo marrón liso, una piel de un tono moreno y los que más me encantaba de ella eran sus ojos de un azul intenso que me conquistaron desde el primer momento en que la vi, era sencilla y una persona inteligente como no había conocido antes.
Reconozco que aquella noche la pasé muy mal, recordando los momentos que habíamos pasado durante el año y medio que llevábamos juntos, tantos besos, tantas caricias, tantas miradas que habían llenado nuestras tardes iban a acabar de un carpetazo y una relación como la nuestra no podía acabar de esa forma así que después de rondarle un par de veces a la cabeza se me ocurrió que debíamos pasar una última noche juntos, una última noche especial.
Sobre las nueve y media de la noche de su último día en la ciudad pasé a recogerla a su casa sin que ella supiera nada de los planes que le tenía preparado. La llevé a la playa, aunque no a la típica donde van todos los turistas sino a una pequeña y escondida cala donde tendría la casi absoluta seguridad de que pasaríamos la noche solos.
Allí estábamos los dos: en una absoluta oscuridad sólo salvada por dos velas que había traído para hacer más especial e íntimo el momento, comiendo un par de sándwiches y unas cervezas, la música de fondo era sin duda una de las más bellas, las olas llegando suave y tranquilamente a la orilla.
Fue una noche preciosa, conversaciones en que llegamos a saber todo el uno del otro, silencios en los que las miradas hablaban y mostraban los sentimientos que había del uno al otro, besos en los que parecía que absorbíamos el alma del otro para tenerla siempre con nosotros.
Llegó un momento en que la luna llena quedó suspendida por encima del agua como si alguien la hubiera puesto allí para nosotros, para conseguir que aquella noche fuera más mágica, en esos momentos no sabíamos donde terminaba el mar y dónde empezaba el cielo. Fue en ese momento, en el momento en que un largo silencio pareció decirlo todo, cuando Gema y yo nos miramos a los ojos, miré sus profundos ojos azules que tanto me habían enamorado y la besé tan profundamente como si fuera ella la última chica que había en el mundo.
El amanecer iluminó nuestros cuerpos desnudos, abrazados fuertemente para que nadie nos pudiera separar, los dos abrimos los ojos a la vez, sonreímos y nos dimos un beso, el último. La luna había sido testigo de nuestra primera vez y el Sol fue testigo de la promesa que hicimos: algún día volveríamos a estar juntos, algún día nuestros cuerpos volverían a ser sólo uno como había pasado aquella noche en la playa.
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muy bonito el relato, mejor no lo hubiera descrito, me ví, como alguna vez estuve en una playa con un enamorado de mi juventud, gratos recuerdos.
Gracias Amparo 🙂 Ese es uno de los objetivos de los relatos, que os identifiquéis con ellos, me alegro de haberte hecho pasar un buen rato.
Saludos!!