Es curioso como se puede enamorar alguien de una persona en un instante, en milésimas de segundo, ver un rostro y quedarte prendado hasta morir, eso es lo que me ha pasado a mí con Nerea, desde que la vi en el cine no he podido parar de pensar en ella y por más veces que pienso en ella más me gusta, por más veces que recuerdo su rostro más veces pienso porque no puedo estar yo en lugar de mi amigo Quique y poder recorrer su cuerpo con mis labios.
El problema que ha surgido ahora es que como Quique tiene novia y no quiere ir siempre sólo con ella, cosa que yo estaría encantado de hacer, ha empezado la búsqueda de una novia para mí, así seríamos el grupito ideal, dos parejas para ir al cine, a cenar, a pasear… El otro día sin haberme consultado nada y después de haber estado media hora hablando sobre por qué Nerea habría podido estar distante el sábado anterior, me colgó el teléfono diciéndome:
-He hablado con una amiga de Nerea para que vayamos a cenar los cuatro, hoy a las nueve y media paso por tu casa.
Me colgó tan rápido que no tuve tiempo a replicarle, le llamé un par de veces y ni me cogió el teléfono, así que no tuve más remedio que ponerme mis mejores galas y esperar impaciente a que llegara Quique para decirle cuatro cosas a la cara.
Por fin, a las diez menos cuarto, cuando yo ya llevaba media hora arreglado, el timbre de mí casa sonó y nos pudimos ir al restaurante mientras le decía a Quique frases tan “poéticas” como “Que cabrón eres por hacerme esto” o “¡Yo te mato, te mato!”.
La cena empezó bastante mal ya que cuando Quique y yo llegamos al restaurante, Nerea y su amiga ya estaban allí, me presentaron a Tania, la amiga de Nerea, que por lo menos era bastante guapa y nos sentamos con el objetivo, por lo menos para mí, de aguantar aquella noche lo más cortésmente posible.
El desarrollo de la cena en mi caso fue a peor, los cuatro charlábamos animadamente aunque yo más que charlar fingía charlar, algo me estaba matando por dentro y no era otra cosa que ver a Nerea y Quique felices, como Nerea le mordía los labios, ver cómo había deseo en sus miradas, como se querían de verdad y mientras, allí estábamos Tania y yo, a pocos centímetros de la pareja pero apartados, compartiendo cena pero no compartiendo sentimientos, cosa que ellos sí hacían.
El colmo de la noche fue al final, por una vez me estaba sintiendo cómodo en la cena ya que Nerea se había marchado un momento al baño y podía relajarme y liberar mi cabeza de los pensamientos impuros que había tenido durante toda la noche, liberar mi cabeza del deseo de decirle a la cara todo lo que sentía por ella sin importarme lo más mínimo la reacción de Quique. Nerea volvía del baño tan tranquila sin imaginarse lo que segundos después iba a pasar, sin imaginarse que segundos después tropezaría con el camarero, se desequilibraría y caería a mis brazos haciendo que sus ojos y mis ojos se cruzaran con los suyos y que durante unos segundos una chispa brotara entre nosotros, como si no hubiera nada más en el mundo, como si sólo estuviéramos ella y yo.
El fugaz momento pasó cuando ella se dio cuenta de lo que estaba pasando, reaccionó rápidamente y se sentó en su silla como si nada hubiera pasado, aunque noté como Quique le envió una mirada fugaz como diciéndole “¿Qué acabas de hacer?”
Después de aquel tropezón la cena duró poco, la excusa era que Nerea no quería estar allí después del bochorno del tropezón. Así que cada uno se fue a casa.
Aquella noche soñé con miradas, miradas que se cruzaban, miradas que querían decirse algo y no podían, miradas que quizás se querían.