Las luces se apagan lentamente dejando mi habitación en una penumbra eterna que apenas deja respirar, que asusta.
Abro los ojos, y a pesar de que sé que lo único que veré son sombras, intento vislumbrar en ellas algo que le dé sentido a todos los sueños que después vendrán.
Intento buscarte para soñarte, intento soñarte para estar contigo. Porque los segundos pasan lento y no se dan cuenta de que me angustian.
Percibo sombras, y entre ellas distingo una imagen que hace que en mis labios se dibuje una sonrisa.
Sé que quizá eres un sueño, no más que una tenue ilusión, simplemente algo creado por mi mente, que quiere verte, que quiere sentirte.
Cada vez eres más lúcida y te acercas a mi cama deslizandote. Yo me escondo entre las sábanas y tú te adentras en ellas. Tumbados, nos miramos sin esperar que ninguno diga nada. Nuestros silencios hablan por nosotros mismos y se cuentan cosas preciosas. Hablan de príncipes y de princesas, de besos bajo un bosque que nos abriga, de caricias dormidas que despiertan, de carrozas de calabaza que nos llevan allí donde no imaginamos, a las nubes, a la Luna, al infinito…
Cerramos los ojos y nos damos un beso a ciegas. Nos dan escalofríos porque sentimos al otro muy dentro, casi como si fuese uno mismo. Nos abrazamos y nos dormimos, y en nuestros sueños seguimos viéndonos cada noche en mi cama, en la tuya, esperando que llegue el día en que alarguemos la mano hacia el otro y lo que toquemos sea real.
Enciendo la luz y donde había sombras solo hay muebles, donde estabas tú solo hay vacío. Miro al frente y apago la luz, pensando que en la oscuridad es todo mucho mejor.