Llueve

Un segundo, dos, tres…

Llueve.

Tan fuerte que las gotas crean ecos al chocar contra el suelo y las nubes son tan negras que parece ser medianoche aún siendo plena tarde.

Corremos.

Tan rápido que parece desaparecer nuestro alrededor y que solo quedemos tú y yo. La lluvia nos moja y nos empapa de vida, de buenos momentos, nuestras ropas se aprietan contra nuestros cuerpos y nos cierra heridas que se habían abierto con saliva.

Freno de golpe y tiro de ti hacia mi cuerpo, sonríes porque piensas que estoy loco y quizá sea verdad pero, ¿por qué huir de la lluvia cuando te pone en la situación perfecta? Nos quedamos a centímetros y dejas de sonreír, nos miramos a los ojos, serios, intensos, luego, con los dedos te rozo en el ombligo y tu recorres mi rostro, lo baña la lluvia, tú la secas. Acerco mis labios a los tuyos y nos quedamos ahí, justo a un milímetro, conteniendo el aliento y saboreándolo, respiramos fuerte, parece que nos ahogamos pero realmente es la necesidad de tener a la otra persona. Nuestro cuerpo está ansioso, necesita un poco más, necesita unos labios y otro aliento, necesita probar la lengua que recorra su boca al compás de un ritmo de otros tiempos.

Pero aguanta, sigue suspirando, porque el instante previo al beso también es maravilloso, esos segundos en que nos miramos a los ojos y parecemos conocer hasta el último rincón de esa persona, esos segundos en que las mariposas vuelan más alto que nunca porque saben que en un momento tendrán alimento y seguirán viviendo, ese momento de magia pura.

Cerramos los ojos, y nuestros labios se rozan, y empieza a mezclarse la lluvia con saliva. Lentos, nuestros labios van tan lentos que parece que se para el tiempo e incluso volvemos hacia atrás. Nos probamos, sabes tan bien… nuestras lenguas se encuentran tímidas, se alejan y se acercan y nos quedamos un instante con los labios pegados, sin movernos un milímetro, mientras la lluvia nos sigue empapando y el mundo quizá nos mira.

Abrimos los ojos, nos miramos, nos damos un beso, dos, tres, pequeños mordiscos de vida que saben a lluvia y a ti. Nos damos un abrazo y nos importa un bledo que nos estemos mojando y que al día siguiente estemos refriados, nos taparemos hasta arriba con la manta y compartiremos estornudos y besos. Y que llueva, que siga lloviendo, porque despertar con lluvia es el mejor de los amaneceres.

Nosotros, mientras tanto, nos besamos y seguimos andando, y ya no nos importa la lluvia ni lo que ocurra alrededor. Sonreímos y la lluvia sigue empapando nuestros cuerpos y llenando nuestras almas.

Un segundo, dos, tres…

Y a cada gota un beso que seque nuestros labios.

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