Somos dos equilibristas andando sobre un hilo tan fino que apenas se ve, ese que une todo lo que éramos, todo lo que somos y seremos, un hilo que flota sobre un abismo tan grande que apenas somos capaces de ver el final, y los dos sabemos que allí abajo no hay colchón que nos abrace en la caída, solo duro metal que nos partirá en pedazos y olvidará lo que quede de nosotros.
Apenas nada.
¿De verdad creíste que no volvería a por ti? ¿De verdad pensaste que me iba a dar por vencido y perder toda nuestra historia? Te equivocabas, porque sería capaz de matar mil dragones por ti, sufrir el más ardiente de los infiernos por ver de nuevo tu piel blanca, tu mirada triste, eso que tienes dentro y que nunca he sido capaz de definir.
Pero yo era el que estaba equivocado.
Tal vez lo sabía y me quise engañar a mí mismo, tal vez el tiempo hace el olvido, tal vez, pensando que todo iba a ir bien, dibujé caminos donde solo habían abismos y me empeñé en apartar de ellos las señales que me llevaban a ninguna parte.
Mentiras que duelen y verdades a las que no hacemos caso, ese hilo que se rompe del todo y nos hace caer hacia lo oscuro. Intentamos alargar los dedos con tal de aferrarnos a algo, al otro, a nosotros mismos, pero estamos demasiado lejos, tan lejos que ni rozándonos somos capaces de estirar un milímetro más los dedos para alcanzarnos.
Quizá podríamos, pero ya no tenemos fuerzas.
Y caemos, lentos pero a la vez rápidos, mirándonos a los ojos, intentando descubrir todo lo que hasta ahora hemos callado.
Pero ya no, ya no…
Porque se acerca lo oscuro y el abismo nos atrae, como manos de un ser ancestral que surge de la nada y nos alcanza, y tira de nosotros, y nos hace caer aún más rápido, y parece que nosotros nos dejamos arrastrar, porque no hacemos nada por evitarlo, y caemos, y caemos, y ya no hay salvación, y ya no queda nada, y ya estamos perdidos, y ya no sabemos ni dónde estamos.
Estamos muertos.
Atrapados en donde antes había todo.
En donde ya no queda nada.
Ni restos del naufragio.
El hilo queda colgando, roto sobre nuestros rostros. Agotados, intentamos cogerlo y tratar de subir hacia arriba. Resbala. Se hace imposible. Se hace eterno. Y en la oscuridad, tratamos de mirarnos por última vez intentando ver en nuestros ojos una pequeña mota de luz que, tal vez, nos pueda salvar.
Pero ya no.
Ya nunca volveremos a estar vivos.
«Mentiras que duelen y verdades a las que no hacemos caso, ese hilo que se rompe del todo y nos hace caer hacia lo oscuro. Intentamos alargar los dedos con tal de aferrarnos a algo, al otro, a nosotros mismos, pero estamos demasiado lejos, tan lejos que ni rozándonos somos capaces de estirar un milímetro más los dedos para alcanzarnos.»
Mañana, tu post será el protagonista de mi página de Facebook. En una sociedad cuya práctica cultural nos enseña que el amor duele, literalmente (véase La bella y la bestia, Crepúsculo y 50 Sombras de Grey) llega alguien como tú que a corazón abierto, apuesta todo al pasado sabiendo que perderá, al menos parte de su presente.
Me gusta, voto, y dejo comentario.
Muchísimas gracias! Mola un montón que se reconozca el esfuerzo. Eso es lo esencial, hablar siempre desde el corazón, poniendo alma y pasión en cada palabra.
Saludos!!! 🙂