Lágrimas de fuego, arden, quieren hacer explotar el universo con un grito desgarrador que diga ¡basta! Que no merezco que las estrellas se alejen más de mí. Grito y nadie escucha, siento y nadie quiere entender que los sentimientos se van agotando después de cada batalla, luchan por resistir pero no son eternos, luchan por vivir pero los flechazos son tantos que es imposible que puedan seguir ahí.
Nunca pude pensar que los límites de la razón llegarían tan lejos, nunca pude imaginar que sería tan difícil entender. A mí me dijeron una vez que la vida no era tan complicada pero hay muchas veces que no consigo descifrar nada de lo que me rodea.
Miro a la Luna, le enseño lo que le he escrito aquí y parece que se ríe de mí, me mira con cara de superioridad, sabe que haga lo que haga voy a seguir mirándola porque me encanta confundirla entre las estrellas. Y se ríe a carcajadas, me tiene bailando sobre su mano y me maneja como a una marioneta, la función solo empieza cuando ella quiere empezar. Me sube hasta el cielo para que me acerque a las estrellas y de repente me deja caer.
Iluso, me dice, eres un mero pelele entre mis dedos.
El golpe duele pero parece que duele más que el anterior. Sí, soy un iluso. Porque me coge otra vez y yo me lo creo, veo tan cerca las estrellas que pienso que esta vez voy a llegar. Pero me suelta otra vez. Y otra, y otra, y otra…
Lágrimas de hielo. Asumo y callo. Pienso que la vida devolverá los golpes que un día recibí. Que un día rozaré las estrellas con los dedos y se romperán las cuerdas, dejaré de bailar una música que no tenía ningún sentido para mí. Mientras, el odio es eterno, porque al mismo tiempo que escribo esto, la Luna disfruta, se siente observada, se siente importante, sabe que solo ella tiene la llave de mi destino y eso le gusta, le encanta… maneja las cuerdas y me pone justo en el sitio en el que me quiere tener.
Te odio, Luna.