¿Cuántas veces has llegado a casa queriéndolo romper todo? ¿Cuántas veces has querido gritar hasta quedarte sin voz? ¿Cuántas veces has dejado llevar con tus lágrimas toda la rabia que llevabas dentro? ¿Cuántas veces te has oído decir “no va a volver a suceder”?
Y sin embargo sigue sucediendo.
Y sin embargo le sigues queriendo.
Atrás quedan las noches preguntándole a la luna por qué no te quería, las largas conversaciones que terminaban con la mirada en el suelo, el rencor en los labios y los ojos de seda a punto de reventar. Atrás queda la imagen en tu mente de ellos dos, beso tras beso, las caricias, los roces, la mirada que tú querrías mirar, los labios que desearías besar.
Todo eso ya no existe, ha desaparecido, queda en el olvido, en ese rinconcito de la mente donde llegan los recuerdos olvidables, los tachones, las manchas, las piedras en el camino. Y a pesar de que sabes que nada va a cambiar, que todo va a seguir igual, que él va a seguir igual, sigues ahí, al acecho, puedes olvidar todo lo que ha hecho pero a él… él es inolvidable.
Y él sigue, parece no darse cuenta de nada, de las miradas que le miran, de los besos que se quedan en el aire, de las lágrimas que brotan del corazón. Él sigue con otras miradas, otros besos, sigue ignorándote, ignorando tu dolor.
Y tu dolor y tu amor parecen estar relacionados, quizá a más dolor más amor.
Cuanto más daño te hace más le quieres. Y a pesar de que no ve lo que sientes, tú no lo olvidas, a pesar de que eres invisible tú no le gritas para hacerte ver.
Ahí sigues… con el dolor, con el amor, no te desprendes de ninguna cosa de las dos.