El Sol entrará por la ventana para observarnos, sus rayos cegadores me darán en los ojos y yo me levantaré molesto con aquel que quiere despertarme a la fuerza. Pasado el enfado miraré a mi lado y será entonces cuando me de cuenta de todo lo que ha pasado, cuando recuerde los instantes que vivimos, cuando me vengan flashes, imágenes de lo más dulce que pueden hacer un hombre y una mujer. Te miraré mientras duermes, miraré tus ojos cerrados y me preguntaré qué sueños estarán mirando, por qué mundo mágico estarás viajando y sobretodo, si yo estaré contigo, si te estaré acariciando quizá en el lugar más alejado del mundo. Miraré tu cabello, que reposará suavemente sobre tu piel desnuda, será entonces cuando lo roce con mis dedos y rozaré también tu brazo a la vez que me acerco a ti para escuchar tu respiración.
En ese instante te despertarás, quizá por sentir mi presencia. Y nos miraremos, y sonreiremos, y nos daremos un beso suave, largo, dulce, y sentiremos que estamos frente a la persona con la que queremos estar, que nos hace sentir algo extraño en el estómago, la persona a la que le daríamos la vida. Nos daremos cuenta de que no podemos parar de besarnos y te acercaré a mí porque necesitaré sentir tu aliento, te rodearé la cintura con mi mano y tú me acariciarás el rostro y no querremos terminar nunca de besarnos porque es demasiado tierno, bello, dulce, sentiremos que podríamos estar toda la vida así.
Y llegará el momento en que pararemos pero no podremos evitar quedarnos dos, tres, cinco minutos mirándonos a los ojos, sin decirnos nada, en un completo silencio solo roto por los cantos de los pájaros que vuelan alrededor de la ventana.
Será entonces cuando nos demos cuenta de que la vida es maravillosa, de que lo que había pasado unas horas antes no era un paso más, ni “el paso”, sino una piedra más de la historia, de nuestra historia, esa historia que no parece empezar nunca pero que tampoco tendrá punto final.