Érase una vez, en un reino perdido entre bosques y montañas, un lechero que vendía leche a todos los campesinos. El lechero pasaba una vez a la semana por todas las casas del reino y vendía una botella en cada uno. Siempre que pasaba, cada familia le pedía que le vendiera alguna botella más pero él siempre decía que no, estaba contento con lo que tenía, no necesitaba tener más dinero.
Pero cierto día, pasó por un establo y vio el caballo más bonito que había visto nunca, era de color un color oscuro como la noche, su cuerpo era tan suave como el terciopelo y era tan robusto que parecía que ni el más peligroso de los peligros podría hacerlo caer. El lechero lo quería, quería que fuera suyo pero sabía que no tenía suficiente dinero, entonces pensó que si vendía más leche, ganaría más dinero. Decidió que pasaría por todas las casas del reino, tres veces a la semana.
Gracias al dinero que ganó vendiendo más leche, pudo comprarse el caballo pero entonces se dio cuenta de que vivía de que vivía en una casa muy pequeña y que le gustaría vivir en una casa más grande. Pensó que vendiendo más leche ganaría más dinero y podría comprarse una casa más grande, pero fue más listo aún, pensó que podría vender muchísima leche un solo día y así podría descansar el resto de la semana. Y así lo hizo, un día fue pasando por todas las casas del reino y les vendió toda la leche que tenía, de esta manera pudo comprarse la casa que quería.
Pero el lechero no se conformaba con tener un buen caballo y una casa grande. Un día, mientras visitaba otro reino, entró en la tienda de un artesano que, decían, tenía las piedras preciosas más grandes del mundo. Y era verdad, el lechero quedó totalmente maravillado y quería tener una. Decidió volver a su reino, reunir la cantidad de leche suficiente para poder venderla y así ganar el dinero necesario para comprarse una piedra preciosa. Así lo hizo, pero por muchas casas en las que entrara nadie quería leche, en una de ellas preguntó por qué:
—Nos has vendido la leche suficiente para pasar un año entero, no necesitamos más.
Entonces el lechero se tiró al suelo y empezó a llorar. Pensó que tenía un buen caballo y una casa enorme pero ya no podría comprarse más. Entonces se lamentó por ser tan avaricioso y pensar demasiado en el presente y no en el futuro.