Diario secreto de Nadie (día 8)

Hoy he desayunado con mi hermano.

Disfruto mucho ese momento del día, acercarme a una cafetería, entrar y oler a café recién hecho, notar a mi alrededor el gentío que va y viene, cada uno con sus mundos, cada uno con sus vidas y cosas que hacer. A veces voy yo sola y me paro a observar, me centro en los detalles e intento analizar sus vidas. Lo hago más desde la semana pasada, me gusta pensar que hay más gente que no tiene trabajo, que no estoy sola en esto.

Eloy a veces me da rabia, envidia sana, realmente, si es que existe este tipo de envidia. El cabrón acabó la universidad y encontró trabajo en apenas un par de meses. Es bueno, no lo puedo negar, su cabecita va a mil revoluciones y no creo que lo quieran dejar escapar. A veces me explica no sé qué problema matemático al que se ha tenido que enfrentar y yo no entiendo ni media. Qué se le va a hacer, es mejor que yo, ya lo digo resignada. De pequeña me explicaba él las cosas de mates, y eso que iba un curso por detrás. En algo seré yo mejor, supongo.

Me he pedido un croissant y un café americano, mientras que él un café con leche y una tostada con tomate. Me encanta sentir el amargo del café en mi lengua. A veces cierro los ojos y dejo que me envuelva, que me lleve a otra parte. Parece una tontería, pero me calma. Creo que porque lo asocio a momentos de relax y tiempo para mí. También a la cafetería en sí, al barullo, al ruido de la cafetera y a las noticias en la televisión. Sentir que el mundo gira me relaja.

Es el primero al que le he dicho que me han despedido. No me apetecía contárselo a mis padres y que me vinieran con un «te lo dije» o un «¿te has apuntado ya al paro?». Ahora mismo no necesito reproches, solo pensar. Eloy asentía a todo lo que le decía y me ha dicho que preguntará en su trabajo, a ver si puede meterme de lo que sea. Yo le he dicho que no hace falta, que en verdad necesito descansar. Tengo algo ahorrado, creo que puedo aguantar un par de meses. Luego ya veremos.

A veces es necesario parar un tiempo. Llevo demasiado tiempo con prisas, acelerada, con un ritmo de vida que no quiero y estresándome más de la cuenta. ¿En qué momento me compliqué tanto todo? Lo que yo quería era dibujar y vivir tranquila, sin sobresaltos, a mi ritmo, a mi manera. No sé qué ha pasado.

Jolie viene a saludarme. Se acerca y apoya su morro en mis piernas. Creo que es su manera de recordarme que debería estar ya acostada, que es muy tarde. Normalmente hasta que no me ve en la cama, a punto de dormir, ella no se marcha a la suya. Permanece alerta, atenta a mí.

«Debería». En verdad, ¿por qué digo esta palabra? No debería nada. Soy libre, en cierta manera, me lo tengo que tatuar en la frente, recordar siempre que somos nosotros quienes escogemos nuestras prioridades, no los demás.

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