Asómate a la ventana, déjate envolver por la áurea que desprende la ciudad, deja que tus pulmones se llenen de aire, de pureza, de sentimientos indescriptibles.
Y ahora, mira arriba, sí, a esa oscuridad, al universo, al infinito, hacia esa mancha negra llena de puntitos fluorescentes. Y dime…
¿Imaginas?
¿Imaginas la inmensidad que hay ahí arriba? ¿Imaginas que no estamos atrapados en esta minúscula bolita azul a la que algunos llaman Tierra? ¿Imaginas que no somas más que un grano en una infinita playa de arena?
Y sigue, sigue…
¿Imaginas que en este momento alguien o algo estará imaginando? ¿Imaginas que quizá no estén observando? ¿Imaginas todos los mundos y seres que están ahí, que podemos tocar con solo alargar un poco la mano hacia arriba?
Puedes imaginar o puedes darte cuenta de que es real, que por mucho que tus pies se empeñen en pegarte a este mundo, ahí arriba, en el infinito, puedes volar y dejarte llevar por el pensamiento de lo inimaginable.
Porque sí, porque en el infinito esta todo, lo pensable y lo impensable, lo descubierto y lo que está por descubrir, y todo nos observa, expectante, esperando a que miremos hacia arriba.
Y mientras, ellos nos siguen mirando, desde ahí, desde el cielo.
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