El viento vuela y con él lo hace el tiempo. Pasa a través de nosotros con una fuerza tremenda y nos va dejando un rastro de flashes que se quedarán en nosotros los suficiente para marcarnos.
Cada instante, cada momento, cada segundo vivido dejará una huella irreparable que nos dirigirá a un camino o hacia otro.
El mirarte, el sentirte… cerrar los ojos y dejarme coger por una mano invisible que me eleva al cielo, me hace tumbarme en una nube y contemplar todo lo que he sido. Mirar el pasado y llorar riendo o reír llorando, quién sabe… bajar de la nube y dar gracias por los errores, porque definen lo que somos, todo depende de si los saludamos o los lamentamos, de si los acogemos o desperdiciamos.
Muchas veces tememos caer en abismos olvidados, en agujeros negros que tiemblan al vernos o quizá temblamos nosotros. Pocas veces vemos el abismo como un puente hacia un nuevo mundo del que despojarnos de todos nuestros anteriores vestidos, quitarnos la máscara y, quizá, ser de una vez por todas uno mismo.
Calla, shhh…
Párate a escuchar por un momento a tus instintos, o eso a quien la gente llama corazón, o al alma, o a ti mismo, da igual… A eso que te dice que te dejes llevar, que no importan esos flashes, tus huellas… Montarse en la nube y no dejar que nada ni nadie te baje de ella, cruzar fronteras, caer en abismos, viajar por mil agujeros negros, vayan a donde vayan.
Y es que, como dice la canción, dejarse llevar suena demasiado bien, tan bien que sé que cada vez que caiga simplemente me levantaré, cada instante que pierda, al siguiente lo ganaré.
Respiraré, soñaré y volaré… Tan alto que nadie me pueda alcanzar…