Pues cuando llegues, avisa. Llama al timbre, te recibiré con los brazos abiertos. Estaré esperando como se espera al destino, paciente, tranquilo, observador. Cuando te vea sonreiré, miraré hacia arriba y sabré que estoy un poco más cerca, que el encuentro se va a producir, que las lágrimas dejarán de caer, que pasaré de pensar en ella a estar con ella. Afila tu arma, hazlo rápido, no quiero sufrir…
La muerte llegó en el mismo instante en que Iván rozó el suelo.
Pelos de punta