Al infinito…

Carlota estaba profundamente dormida. Soñaba con castillos, príncipes y dragones. El príncipe había ido a rescatarla pero no había manera de librarse del dragón, el condenado les seguía a todas partes y sus llamas cada vez estaban más cerca. Entonces se vieron acorralados, enfrente el dragón, a sus espaldas una pared más gruesa que lo que podían imaginar. El dragón echó su cabeza hacia atrás y en milésimas de segundo una llamarada brutal salió de su boca.

Carlota se despertó de forma violenta. Miró al vacío y se preguntó si lo que la había despertado había sido el terror u otra cosa. No, el terror no había sido, no tenía ninguna duda pero, ¿entonces? No podía ser, era… técnicamente era imposible pero estaba casi segura de que había escuchado unos golpes en su ventana.

No, no, no, pensó. Se volvió a tapar con las mantas y se dispuso a dormir de nuevo.

– ¿No pensabas abrirme?

Esa voz… no se lo podía creer, ¿podría ser él? Abrió los ojos y allí estaba, a los pies de la cama, sonriéndole. Lucas se acercó hacia ella y le dio un beso en los labios, tan lento que parecía que el tiempo se paraba, tan dulce… se miraban a los ojos al mismo tiempo y a la vez sonreían, besos cortos, sinceros, de amor, besos que sabían a caramelo. Entonces él se apartó un poco y le tendió la mano.

– ¿Vienes?

– ¿Adónde? -preguntó ella con cierto miedo.

-Al infinito…

Carlota no sabía dónde quedaba el infinito y la verdad es que poco le importaba. Le quería, y sería capaz de ir con él hasta la más lejana de las estrellas. Se levantó y le entrelazó la mano, se miraron y sintieron cómo uno estaba dentro del otro, se leyeron el pensamiento y se dieron cuenta de que todo era perfecto.

Se acercaron a la ventana, que permanecía abierta y contemplaron las lucecitas de la ciudad, parecían mil estrellas mirándolos, mirando su amor. Él la abrazó por detrás, le dio un beso en la mejilla, le apartó el pelo y le susurró al oído…

-Déjate llevar…

Carlota y Lucas saltaron al vacío y ella dio un grito estremecedor, de terror. Miró hacia abajo y veía el suelo cada vez más cerca, cada vez más cerca… de repente se sintió volar…

Estaban volando, lo hacían cada vez más alto, parecían un proyectil que ascendía rápidamente hacia el cielo pero entonces se pusieron en horizontal y parecía que flotaban. Carlota se giró y se encontró con la cara de Lucas, la miraba y sonreía, una sonrisa de calidez, de ternura. Se encontraban quizá a mil metros de altura y ella se sentía más segura que nunca. Se besaron. Era una extraña sensación, el viento les daba en toda la cara pero el beso les gustaba tanto que no lo notaban, solo sentían la calidez de los labios, su sabor, el sentimiento de que en ese momento eran eternos.

Volaban, y lo hacían por debajo de millones de estrellas que parecían sonreír al contemplarlos, mientras, él le daba pequeños besos en el cuello, le acariciaba  el vientre y el pelo, sentía cada poro de su piel bajo su cuerpo y suspiraba, le encantaba. Ella cerró los ojos y siguió su consejo, se dejó llevar. Sentía sus besos, el viento en su cara, sentía sus caricias y notaba cómo el corazón le explotaba de felicidad. Abrió los ojos y miró a las estrellas, miró a la inmensidad de un cielo que era eso, el infinito. Se sintió especial, única. Era consciente de que todo aquello era un sueño pero no quería despertar nunca, en ese instante quería dormir toda la eternidad, estar volando junto a él toda la vida.

Entonces su voz volvió a susurrar en sus oídos…

-Es hora de bajar de las estrellas…

En cuestión de segundos, la ventana del dormitorio de Carlota se puso a la vista. Entonces el rocío se confundió con lágrimas y los besos empezaron a tener sabor a despedida. Lucas la acompañó hasta la cama y la arropó. Entonces empezó a cantar una canción…

-Si siente un frío tu corazón, seré tu abrigo, tu ilusión. Hasta ya no respirar yo te voy a amar, yo te voy a amar…

Carlota se durmió al instante con una sonrisa en los labios y el mundo empezó a rodar de nuevo.

Un ruido estridente sonó en la habitación de Carlota. ¿Qué hora era? Miró el reloj, eran ya las once de la mañana. El ruido provenía de su móvil, era un mensaje de él, de Lucas. Tenía tantas ganas de contarle el sueño que había tenido… Abrió el mensaje y se quedó sin palabras:

«El infinito es mucho más bonito contigo, gracias por lo de anoche. Te quiero»

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