Soledad

La noche había impregnado de oscuras sombras el pequeño pueblo y solo se escuchaban las leves melodías de los grillos posados en los pinos. Empezó a llover, dejando un aroma a tierra mojada confundido con el que dejaban los árboles de los alrededores. Fue entonces cuando se encontraron, los dos, frente a frente. Se sorprendieron de verse allí, otra vez tan cerca aunque a la vez muy lejos. Habían salido buscando paz, sentimientos perdidos, esa soledad que en muchas ocasiones es buena compañía. Se miraron uno al otro y lentamente, como si tuvieran la vergüenza de las primeras veces, se dieron un beso largo, suave, dulce, borrando así todo lo que había sucedido, dejándose llevar por los sentimientos que nunca hubieran tenido que ser callados por los gritos. En ese instante la lluvia se confundió con lágrimas, lágrimas que eran como almas que se llevaban los malos recuerdos.

Y sin decir nada se marcharon, juntos, abrazados, agradeciendo que la soledad de las calles fuera tan buena consejera.

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