La lluvia repicaba en los cristales de la habitación mientras la música sonaba a todo volumen en mis auriculares. Canciones que hablaban de amor, de tristeza, de soledad, de compasión, del adiós, canciones que le daban un acompañamiento ideal a los sentimientos que a partir de ese instante habían empezado a fluir en mí, canciones que le daban el punto de sal a los sin sabores que esta vida me iba dejando, ese instante era uno más pero uno al fin y al cabo, quizá el que le daba la puntilla o quizá solo una anécdota en el largo compás. Fuera de una manera o de otra, lo que yo creí en ese momento era que ella me estaba rematando incluso después de haber ganado el combate.
Ella, siempre ella…
Una mirada, una sonrisa y un beso eterno, o por lo menos así me lo pareció a mí. Ella, él, sus labios se despegan lentamente mientras yo salgo del atontamiento y mi corazón empieza a latir con fuerza, incluso me duele, furia, rabia, frustración, pena, los sentimientos volaban en un remolino incesante que no me dejaba descansar. La sonrisa iluminaba sus rostros y las lágrimas a mí me quemaban por dentro.
Atrás quedaban los días en que parecía que en cualquier momento nuestros labios se podían rozar, las sonrisas que brotaban ante cualquier tontería dicha por cualquiera de los dos, las miradas que parecían sinceras y que parecían decir que ellas se querían y que solo faltaba que nuestros labios formaran la palabra te quiero, atrás quedaban las palabras que parecían decir de todo, palabras que parecían esconder un mensaje en su interior y solo faltaba sacarlo a la luz, pensaba que solo haría falta ese empujoncito para que nos dejáramos llevar por los sueños.
Ha tenido que ser de esta manera, matado y rematado, aún habiendo perdido me quería levantar pero no me ha dejado, no lo ha permitido. Todas aquellas cosas que parecían ser no eran, llámalo ceguera, llámalo ingenuidad, llámalo como quieras. El amor me ha demostrado una vez más que no tengo que confiar en él porque cuanto más lo haga más duro será el golpe.
Aunque quizá esto me sirva de algo, me sirva para no volver a confundir verbos, para darme cuenta de que las cosas quizá no son lo que parecen, porque ser y parecer son verbos muy distintos, quizá demasiado.