Sentir

Sentir.

Descubrirse a uno mismo sin ningún miedo a hacerlo. Entender que a veces no nos entendemos pero sentimos, dejar volar el propio cuerpo sin juzgarlo, sin prohibir, sin obligaciones, sin decir no.

No llores.

No tengas miedo.

No estés triste.

No estés mal.

No te preocupes.

Déjalo libre. En esta sociedad de la soma y la eterna felicidad, obligarse a uno mismo a ser feliz es enjaular el pájaro que solo quiere vivir, atraparlo entre las manos y asfixiarlo, impedirle respirar. Y la jaula se hace más pequeña, nos atrapa, sus barrotes cruzan nuestro cuerpo y dejan marca, una que tarda en borrarse y queda en el corazón, más que en la piel.

No somos blanco ni negro, sino un gris de todos los colores, a veces tan oscuro que nos asusta, a veces tan claro que ciega. Ni uno ni otro nos permiten ver, ni uno ni otro nos ayudan a pisar el suelo.

Es necesaria la oscuridad, tanto como la calma, permitirnos exhalar el aire que acumulamos, ya sea a lágrima o silencio, me da igual grito que rabia. No podemos cogerla con los dedos, no podemos hacerla desaparecer por deseo propio, no podemos aparentar que no está porque justo eso es lo que quiere: alimentarse de nuestra ignorancia y del no saber adiestrarla, de no saber lanzarla.

Respira.

Este texto no va a decirte que seas feliz porque, de momento, no aprece tener el poder de algunas tazas de desayuno o mensajes milagrosos en las redes. Porque eso seria darte una droga que solo durará unos minutos.

Porque la felicidad, estimado lector, no consiste en ser feliz todo el tiempo sino en abrazar las emociones que piden a gritos salir, dejarlas libres, saber domarlas y llevarlas, ser consciente de que la oscuridad forma parte de nosotros.

Ser consciente de que cerrarle las puertas convertiria nuestro corazón en su hogar.

 

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