Sentir la lluvia

Emma salió por fin del trabajo. Eran las seis y media de la tarde, estaba muy cansada, no llevaba bien el cambio de horario que le habían impuesto, acostumbrada como estaba a trabajar de noche. Llovía a mares, una lluvia fina, helada, que se clavaba en el cuerpo como mil agujas. Quería irse a casa, lo necesitaba, pero eso no iba a ser posible, debajo de aquel árbol, resguardándose de la lluvia… allí estaba él.

Emma no llevaba paraguas, así que se fue corriendo hacia el árbol. Se miraron con nostalgia y se dieron un beso que hizo desaparecer la lluvia, o esa sensación tuvo ella. Luego se cogieron tenuemente los dedos de las manos y, mientras por el rostro de Emma caía la primera lágrima, se dieron un abrazo que los dejó solos, a su alrededor pareció no haber nada, y ella sintió que quería estar así toda la vida, su rostro rozando su pelo, sus manos en su espalda y su cuerpo tan cálido que parecía estar mirando la chimenea de casa.

-Ahora simplemente seremos dos extraños -dijo Emma.

-No, tenemos que hacer un trato: nunca vamos a olvidarnos. ¿Ves está lluvia? Podrás sentirme siempre en ella, cada gota será como una lágrima que caiga de mis ojos, pero no de tristeza, ni de pena, lloraré por ti para que me sientas todos los días de tu vida.

-Me va a costar tanto olvidarte…

Emma puso la cabeza en su pecho y lloró más fuerte, él le acarició su pelo rubio con delicadeza, como si fuese una princesa. Ella lo sintió más que nunca, más incluso que antes…

-Tengo miedo de mirar atrás y que ya no estés -dijo Emma. Lo miró a los ojos como si quisiera mirar a través de él, lo quería.

-No te preocupes, solo me iré cuando tú estés preparada, pero tiene que ser ahora…

Se miraron como si se acabaran de conocer justo en ese mismo instante, el amor era el mismo, los sentimientos, las sensaciones. Se dieron otro beso, ambos sabían que iba a ser el último, Emma lo sintió en los labios, en la lengua, pero también en las manos, en las piernas, en el pecho, en la misma piel, era como si ese beso estuviese recorriendo todas las partes de su cuerpo. Luego se separaron y miraron al infinito.

-Vete ya. Cuando más alargue esto, más grande va a ser la tristeza -dijo Emma.

Él la miró y sonrió, al mismo tiempo le guiñó un ojo. Ya no había más tiempo.

De pronto Emma se vio sola debajo de aquel árbol. Le importó más bien poco las miradas curiosas de algunas personas que se habían parado a ver cómo hablaba sola. En ese instante no podía ser más feliz, así que, simplemente, salió del cobijo que le daba el árbol que había sido testigo directo de la despedida y se dirigió a casa decidida, serena, valiente.

Sabía que tenía toda una vida por delante y muchos retos que afrontar, pero también sabía que, a pesar de su muerte, a pesar de que no lo iba a volver a tocar nunca más, él siempre estaría con ella.

Simplemente tenía que sentir la lluvia.

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