Salgo de la casa y me paro a mirar a mí alrededor. La calle está en plena ebullición, decenas de personas caminan arriba y abajo quizá sin un destino determinado, hablando entre ellas de cosas sin sentido, mirando en un escaparate las últimas ofertas de esa tienda, paseando al perro para disfrutar de un instante de soledad consigo mismo. Personas con sus vidas, sus intereses, sus pensamientos… y aquí estoy yo, con mi vida, mis intereses, mis pensamientos.
La basura que llevo encima me pesa demasiado, necesito encontrar un contenedor cuanto antes, si es que mi quiropráctico de cabecera ya me lo dice: “procura no llevar mucho peso en la espalda, algún día te quedarás bloqueado en la cama”.
Creo que la gente me mira con miedo, asustada, y en parte lo entiendo, llevo una semana sin afeitarme y la barba espesa empieza a poblarme la cara, parezco un mendigo, solo me falta ponerme en la puerta de una tienda, sacar un vaso de plástico y que la gente me empiece a tirar los céntimos a regañadientes. Además, llevo una cazadora demasiado grande y no lo puedo evitar, el hombre del tiempo no se ha equivocado, hace un frío que pela.
Por fin llego al contenedor y me puedo quitar el peso que llevaba en la espalda. Ya era hora de que me decidiera a tirar la basura, empezaba a hacer un poco de olor y la cocina empezaba a llenárseme de moscas.
Emprendo de nuevo el camino, tengo hambre, creo que iré al restaurante ese que acaban de abrir en la esquina, dicen que es bastante bueno, espero que sea así. Cenaré solo, disfrutaré así de mi soledad, de mi vida, de mis intereses, de mis pensamientos, aunque quizá durante la cena eche en falta alguna conversación, siempre no es bueno estar solo, quizá ahora necesitaría la compañía de Luis. Pero bien, da igual, cenaré bien en el restaurante y creo que… él también lo hará en el contenedor.
jajaja esta genial, me mato el final! pobre Luis!!