Ramón salió de su habitación dispuesto a hacerlo, sí aquel día lo haría.
Estaba harto de ella, no la soportaba, no hacía lo que él quería, no se comportaba bien. Sus castigos no eran suficientes, por más que le pusiera la mano encima ella siempre volvía a las andadas. Y él también.
-No te portas bien cariño, te tengo que castigar -le decía.
Los gritos de ella se oían por toda la casa, incluso algún vecino se sentiría escandalizado, pero nadie actuaba, nadie acudía en su ayuda.
Bajó por las escaleras lentamente, tranquilo, pensando que aquello que iba a hacer sólo era por su bien, pensando que la ayudaba de esa manera. Porque no se portaba bien. Se dirigió al salón, la televisión estaba encendida, en ella la telenovela que ella veía todos los días, una telenovela que ella veía cada día y a él no le gustaba, no, era otra de esas cosas por las que ella no se portaba bien. Entró en el salón decidido, aquello se iba a acabar.
Poco después… un disparo sonó.
Cayó en redondo al suelo, se podría decir que casi ni notó el disparo que le entró por la nuca. Todo había terminado y fue entonces cuando empezó a reír, a reír como no había reído en su vida. No podía creer que estuviese muerto. ¡Por fin!
Empezó a caminar por la casa, disfrutando por fin de su libertad, esa libertad que tantas veces había ansiado, y entonces recordó su frase: «no te portas bien, cariño». Y fue entonces cuando dejó por fin liberar su rabia, por fin pudo decir:
-¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate!
Gritó con todas sus fuerzas, llorando y riéndose a la vez, soltando todo lo que llevaba dentro. Estaba sola en casa pero nunca se había sentido mejor.
Subió a su habitación y se dejó caer en la cama, ahora sólo sería para ella y esa sería la primera vez en muchos años en la que nadie la obligaría a hacer algo que no quería. Se dejó envolver por las sábanas y se durmió con una sonrisa en los labios, disfrutando de lo que sería su primera noche en libertad, disfrutando de lo que había sido su venganza.