Llevo dos horas en la cama, moviéndome de un lado a otro, deseando que de un momento a otro los párpados se me cierren y sea por fin transportado hasta el reino de los sueños, ese reino donde todo es posible, donde todo parece tan real que casi hasta se puede tocar.
Un reino donde por fin podré verte a ti.
Porque te veo solo un instante al día, te veo fugazmente, veo una sola imagen, como un fotograma que no se mueve. Y en un solo instante poco se puede hacer. Quizá lanzarnos una mirada que invite al deseo, quizá sonrojarnos como solo lo hacen los adolescentes, quizá decirnos un «hola» que sabe a despedida.
Pero en un instante también se puede hacer algo más. Se me ocurre una invitación, una invitación a vivir dos, tres, cien instantes más,.. en un parque, en un cine, en una melancólica calle de la vieja ciudad, en un triste sofá con mi gato ronroneando a nuestros pies. Entonces tendremos todo el tiempo del mundo, podremos contarnos que la vida es maravillosa porque podemos abrazarnos, podremos mirarnos durante tanto tiempo que descubriremos los secretos más hondos del corazón, podremos probar el sabor de los labios del otro y notar cómo nuestra alma salta dulcemente, podremos acariciarnos y recorrer nuestra piel hasta que mi gato muestre su sonrisa más pícara…
Pero no. De momento viviremos ese instante como siempre, como si fuera el último. Deseando que el otro se lance y pida más instantes, más momentos, esperando que uno de los dos haga parar al otro, y que ese instante ínfimo se convierta en mil. Yo, de momento, me conformaré con soñar, soñar con lo que quiero soñar, con lo que quiero que pase.
Soñaré, y todos mis sueños serán instantes, instantes contigo.