Gracias

Silencio…

Pasillos que ya no escucharán nuestras voces, muros que ya no podrán contarse nuestros secretos, risas que ya solo se oirán en un eco perdido en el tiempo, miedos y abrazos que serán solo sombras de lo que un día fue.

Se apagan luces, se cierran puertas.

Ya no habrá nadie donde durante cuatro años hubo todo.

Llegamos siendo nadie. Caras angustiadas que se enfrentaban a un nuevo mundo, ¿Qué pasará? ¿Encajaré? ¿Podré con esto? Ninguno de nosotros tenía respuesta a estas preguntas, ninguno de nosotros sabía si esos latidos tan acelerados se iban a ir calmando poco a poco, ninguno sabía si con el paso del tiempo esas caras desconocidas acabarían siendo algo más.

Y de pronto un «hola», de pronto una conversación inesperada, de pronto el inicio de algo que ni el mismísimo universo, los Dioses o qué se yo se atreverían a romper jamás. De pronto el inicio de una etapa inolvidable, de algo que perdurará en el tiempo, de algo que no simplemente se quedará en el recuerdo, sino que irá con nosotros siempre, aquí en el pecho, donde nadie más puede entrar.

Si las paredes hablaran dirían que nunca vieron algo mejor. Probablemente,  contarían que nos reímos tanto que nos quedamos sin apenas lágrimas para los momentos tristes, que el vacío nunca fue tan observado en los momentos de aburrimiento, el vacío, el polvo, o las moscas… que las miradas fueron sinceras y hablaban más que nuestros labios, que hasta en los silencios podíamos hablar de la vida y compartir penas y alegrías como si fuésemos uno solo, compartir momentos que nadie más podía escuchar y secretos que quedarán guardados bajo llave.

Si las paredes hablasen dirían que lo más importante nunca fue estudiar, eso llegaba solo. Lo más importante fuimos nosotros y sentir que la vida se deslizaba feliz por nuestros dedos. Sentir que, a pesar de todo, a tu lado siempre habría alguien que estaría ahí para sacarte una sonrisa, para darte un abrazo, o incluso para meterse contigo y, tras unos segundos, estallar en carcajadas.

Las horas pasaban veloces y, sin darnos cuenta, llegamos a un punto en que sabíamos que estaba más cerca el final que el principio, que el reloj empezaba una cuenta atrás que ya no se detendría, imparable, hasta el momento del último abrazo, de las últimas lágrimas, de ese último adiós que por fin toma sentido, porque «adiós» no es más que una palabra hasta que con ella se te va la vida entera.

No es fácil decir adiós a algo que has sentido tanto, a alguien con lo que has compartido tanto que no sabrías ni por dónde empezar. No es fácil decir adiós cuando te das cuenta de que durante tanto tiempo has tenido otra familia, que ha sabido cuidarte y darte todo desde el primer momento. ¿Cómo vas a decir adiós si no quieres hacerlo? ¿Cómo vas a decir adiós si lo único que quieres es que se pare el tiempo y ese instante sea eterno? ¿Cómo vas a decir adiós si cada vez que cierres los ojos vas a desear que, al abrirlos, haya alguien regalándote un abrazo?

No, es imposible…

Es tan difícil…

Ya solo pienso en el silencio…

Pasillos que ya no escucharán nuestras voces, muros que ya no podrán contarse nuestros secretos, risas que ya solo se oirán en un eco perdido en el tiempo, miedos y abrazos que serán solo sombras de lo que un día fue.

Se apagan luces, se cierran puertas.

Ya no habrá nadie donde durante cuatro años hubo todo.

Solo nos queda dar las gracias por cada uno de esos momentos que nos vienen a la mente, cada uno de esos instantes que, al recordarlos, serán capaces de sacarte una sonrisa hasta en los momentos más difíciles.

Solo nos queda volver a pensar en esas personas en las que llevamos pensando desde la primera letra de este relato y pedirles un hasta luego, pedirles que este no sea un relato de despedida, que puedan haber mil momentos más, que el tiempo y la distancia no nos haga perder aquello que ganamos.

Que la vida nos dé una segunda oportunidad, y una tercera, y una cuarta, y todas las que sean necesarias para que la vida se vuelva a deslizar feliz entre nuestros dedos.

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