Fin de curso

Durante mi paso por la educación primaria, mis compañeros y yo hemos vivido muchos buenos momentos pero quiero rescatar uno en concreto, la preparación de los actos de fin de curso y la fiesta de fin de curso que realizábamos en el patio del colegio, en concreto en los cursos de quinto y sexto.

Era seguramente el momento que más esperábamos los alumnos durante el curso pero no teníamos ilusión porque fuera el día en el cual se acababa el curso y empezaban las tan esperadas vacaciones de verano, toda nuestra ilusión venía de que para la fiesta de fin de curso teníamos que preparar una obra de teatro y la coreografía de una canción, normalmente todo lo hacíamos en las clases de religión, ya que era la maestra de esta asignatura la que buscaba la obra y nos ayudaba a ensayar y en los recreos. Estos momentos en los cuales ensayábamos la obra de teatro y la coreografía nos encantaban ya que eran momentos en los que podíamos desconectar por completo de las aburridas clases de siempre, podíamos por fin despegar el culo de la silla, sacar los ojos de la pizarra y hacer algo diferente. Eran momentos en los que uno podía sacar su faceta más payasa, descarada y divertida, además, durante esos ensayos el grupo de clase se reforzaba mucho más, se dejaba atrás cualquier disputa que hubiera habido, se reforzaban los lazos que andaban medio sueltos.

Todo culminaba el día de la fiesta de fin de curso. La fiesta era por la noche pero ya desde la mañana se notaban los nervios en nuestros cuerpos. Siempre quedábamos sobre las cuatro de la tarde para empezar a montar los decorados de la obra de teatro, además, hacíamos los últimos ensayos de la misma obra y de la coreografía de una canción. Durante esos últimos momentos antes de actuar era cuando los nervios más florecían entre nosotros, nervios por alguna frase que no recordábamos, por ese paso de baile que no se nos daba del todo bien o, simplemente, porque el momento de la actuación estaba cada vez más cerca. Siempre, por el hecho de que estábamos en los cursos más avanzados, éramos los últimos en salir, por lo que los nervios se acentuaban más y más.

Recuerdo las dos obras de teatro que hicimos, una en quinto y otra en sexto de primaria, con cierta nostalgia: la primera porque era la primera que realizábamos, además, la obra era realmente buena y, entre que era una comedia y que nosotros creo que lo hicimos bastante bien, el publicó se rió de lo lindo y se fue a su casa bastante contento. Mi impresión se confirmó cuando le pregunté a la maestra de religión nada más terminar la obra qué tal había ido y me dijo con una amplia sonrisa que había ido muy bien; el segundo año no nos fue tan bien. La obra pretendía ser una comedia pero no tenía la chispa necesaria como para hacer reír a la gente, así que, a pesar de nuestro esfuerzo la gente permanecía bastante seria en su asiento. Además, precisamente yo, le di el puntazo para que la obra se convirtiera en una catástrofe. Yo era el protagonista de la obra y había un cierto punto en el que me tenía que cambiar de ropa rápidamente porque pasaba de ser pobre a ser rico, pero resulta que no me dejé la ropa al lado del escenario sino dentro del colegio, solo tenía un par de minutos para cambiarme así que corrí con todas mis fuerzas a por la ropa. Entre que un botón del pantalón no me abrochaba y que no corrí lo suficiente, debieron pasar por lo menos diez minutos hasta que aparecí, la gente me aplaudió cuando me vio pero seguramente en sus cabezas no pensaban otra cosa que “¡ya era hora!”. Mis sospechas de nuevo se confirmaron con la maestra de religión, cuando le pregunté qué tal había ido la obra no me supo responder. Menos mal que todo se arregló cuando hicimos la coreografía, ese año escogimos la canción principal de la película Grease e hicimos un baile que nos salió bordado. El público nos dedicó una bonita ovación y se fue de allí diciendo que había sido lo mejor de la noche, eso sí, ésta última frase no tenía mucho mérito viendo las pésimas actuaciones que se habían realizado a lo largo de la noche.

En fin, todos estos son momentos que a uno le gusta recordar, que disfruta recordando, por estos momentos merece la pena ir a la escuela, la amistad se ensalza, los malos momentos se olvidan, son momentos con los que a uno le gustaría ser de nuevo pequeño y vivirlos de nuevo, o por lo menos dejar pensar por un instante en todo aquello que nos nubla la cabeza y nos agobia.

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