No es nada fácil el cambio.
Cerrar los ojos y al instante siguiente mirar territorio desconocido, temblar, ponerse en blanco y sudar más lágrima que sudor. Que pasen por delante todos los errores y miserias, las caídas y las piedras que la vida te ha puesto por delante, los demonios que rondan gritando que no vas a poder, que otra vez caerás, que te faltará el aliento para esta última carrera, que llegarás agotado a la meta, que no la cruzarás.
Falta el aire y todos los demonios parecen comenzar a cantar victoria.
Cierro los ojos de nuevo porque, al fin y al cabo, la vida se determina según uno mismo la mira.
Y los abro, y grito a los demonios que no podrán, que no me harán caer, que me queda tanto aliento como para hacerlos temblar, que los principios son duros pero lo que importa es el final, que las miserias solo han sido obstáculos para llegar hasta este último asalto, que ha llegado a su fin, que ya nada importa.
No es nada fácil el cambio, lo que sí está en nuestras manos es hacer que dure lo menos posible, hacer que no sea tan terrible, ser camaleones en este mundo lleno de gigantes, ser humanos capaces de volar.