Eres un acorde menor.
De esos que tienen ecos de nostalgia y recuerdos, de los que suenan tan bajo que apenas son audibles y se confunden con tristeza.
A veces tan ausente y otras invencible, supongo que como todos, porque a todos nos crecen los enanos y no somos lo suficientemente grandes para aplastarlos. Convivimos con ellos, qué remedio, aceptamos las tristezas y las piedras, aquellas que parecen llegar de todas partes y, a veces, no vemos venir.
Un acorde menor, quizá La o, tal vez, Si. De los que resuenan a vacío y a pérdida, de los que piensan más en lo que podría haber sido que en lo que fue, un otoño al que se le van cayendo las hojas porque ha olvidado quien fue. Callas tus vicios y tus taras, mientras otros las gritan al viento y las hacen de todos, pones tiritas a las heridas sin curarlas porque ya se ha agotado el alcohol. El de curar, no el de olvidar.
Otros tanto y tú tan poco, otros blanco y tú tan negro, otros todo y tú tan nada.
Eres un acorde menor sin saber que todas la canciones llevan uno, las tristes y alegres, las que hablan del cielo y también del infierno. Todas se convierten en menor, las que bailan y las de los ojos cerrados, las que hablan sin pensar y las que piensan sin hablar. Todas.
Todas tienen la sal en la herida.
La piedra que nadie nunca vio.
El monstruo que jamás nadie escuchó.
Todas las canciones, todas las vidas que somos capaces de vivir, sin excepción, sin matices. Todas son grises, todas tienen su acorde menor, aunque estén escritos en mayor. Y eso es lo que le da sentido a todo: que haya tonos de todos los colores, que seamos capaces de tocarlos todos y salir del paso, que consigamos tocar la canción entera y nos demos cuenta de que es bonita con sus blancos y sus negros, que nos hemos desgañitado cantando y ardido con ella, ardido y tocado los cielos.
Eres un acorde menor. Y joder, qué bonito suenas.