Víctor acababa de coger su montón de apuntes cuando la puerta, cerrada hasta entonces, se abrió lentamente para que tras ella apareciera una figura masculina, de unos 60 años, regordete, con cuatro pelos en su cabeza y con una barba que no había sido afeitada durante una semana.
-¿Dónde vas Papá?
-¿Qué haces a estas horas, hijo?
-Repasando un poco para el examen de mañana, no me acaban de entrar algunos conceptos.
El padre de Víctor miró al suelo, apenado, y se sentó en el sofá.
-Escúchame.
-Dime.
-Sabes que vas a aprobar el examen de mañana, que vas a aprobar todos los exámenes que te quedan de la carrera y que vas a ser un extraordinario abogado.
-Ojala fuese así.
-Ojala no, va a ser así. Sabes que te quiero y tendrás mi apoyo en cualquier momento difícil que tengas, éste el primero.
-Lo sé papá, gracias.
El viejo se acercó hasta él y le cogió la mano derecha, tan fuerte, que parecía que se la iba a destrozar, como si temiera que su hijo se marchara. Finalmente, le dio un beso en la frente.
-Buenas noches -fue lo último que dijo.
-Hasta mañana, papá.
Su padre se quedó mirando al vacío desde el umbral de la puerta.
-Sí…
Al día siguiente, Víctor llegó eufórico a casa, el examen le había salido perfecto, seguro que había aprobado, no había duda.
-¡Papá, papá, deberías haberme visto en el examen. Estaba tan seguro de todo, las palabras me salían tan fluidas!
Nadie le contestó.
-¿Papá?
Su padre no estaba, ni en la cocina, ni en el salón, ni en el baño ¿y en su habitación? Se dirigió hasta allí, abrió la puerta lentamente y lo vio allí, en la cama, tapado hasta arriba con las mantas.
-Papá, son las dos de la tarde, ¿no crees que es hora de levantarse?
No se movió, no respondió. Víctor empezó a temerse algo. Empezó a zarandearlo pero no respondía, ni un signo, ni un pestañeo… Alarmado, Víctor llamó a la ambulancia.
Dos días después recibió la triste noticia. Su padre había sufrido un infarto, había sido letal, no había habido posibilidad alguna de que se recuperase.
-¿Cómo puede ser? Esa misma noche hablé con él y estaba perfecto, tranquilo.
– ¿A qué hora dices que hablaste con él? -le preguntó el médico.
-No sé… serían la una de la madrugada.
El gesto del médico cambió radicalmente, su rostro se volvió sombrío, temeroso.
– ¿Cómo? ¡No puede ser! ¡A esa hora tu padre ya estaba muerto!