Qué será de nosotros cuando pase una eternidad.
Qué será cuando ni siquiera en los libros esté escrita nuestra historia, cuando solo queden restos de lo que hoy es esplendor.
Qué sabemos nosotros de todo el amor que hubo en Roma, de los romances que hubo en París cuando París aún no era París, de todos aquellos que un día se creyeron inmortales.
Nada, ni siquiera sabemos sus nombres.
Nadie se acordará. Nadie leerá nuestros diarios ni cantará nuestra canción, aquella que hicimos nuestra, que bailamos tantas veces.
Qué será cuando ya no quede ni una puñetera huella de lo que un día hiciste.
Qué será.
Llegará un día en que no haya nadie que esté un mísero segundo triste porque tú no estés, un día en el que nadie se levante y piense «joder, ojalá…».
Somos carne, somos polvo y recuerdo. ¿Y luego?
Llegará un día en que no seremos ni siquiera un recuerdo.
Solo se quedan los de los grandes imperios, los que hicieron la guerra en vez del amor, a veces algún que otro pintor, si tienes más suerte también algún escritor.
Pero jamás nunca alguien que solo vivió, que tuvo poca suerte en la vida y, «simplemente», amó.